Tierra de palabras

Una saga de nobleza

Puede que su infancia entre cachorros fuese el inicio del instinto protector de mi hija con todos los animales

Esta larga historia que ahora se cierra comenzó en el siglo pasado, allá por el verano del 97, cuando mi hija comenzaba a dar sus primeros pasos.

Recuerdo una mañana que salí a correr en plena naturaleza. A lo lejos un gran perro negro brillante que viene en dirección hacia donde me encontraba; aflorándome cierto temor, aminoré la marcha. El flechazo de ambas fue inmediato. Era una perra: Lúa. Una labradora llena de vida y belleza. No llevaba identificación, nadie la reclamó y se quedó a vivir en casa. La sorpresa vino cuando a los escasos dos meses parió once perros de los cuales diez vivieron. Uno rubio, dos chocolates y los demás negros y brillantes como ella. Nacieron por cesárea así que tuve que encargarme de dar muchos biberones. Como eran tantos y tan parecidos, a cada uno que le daba de comer le ponía un lazo en el rabo para saber que ese ya tenía la tripita llena. Mientras, mi hija se paseaba a sus anchas entre tanto cachorro, siendo ella un cachorro más de la camada. No me extrañaría que esa experiencia fuese el inicio del instinto protector que tiene con todos los animales, una lucha que lleva por bandera.

Nos quedamos con dos: el único rubio, macho, y una hembra negra. Los demás encontraron familias maravillosas ya que personalmente me encargué de que así fuera.

La hija, Tusa, no vivió muchos años, una mala pulmonía acabó con ella. La matriarca, el origen, se nos fue también demasiado pronto. El único superviviente fue el labrador rubio: Yum. Un perro con una generosidad sobrehumana y una agilidad impresionante; saltaba la valla del huerto con una limpieza y facilidad como si fuese un caballo saltando un obstáculo.

Después llegó a casa una perra abandonada y asustadiza a la que pusimos Tusa en recuerdo a la primera. Un cruce con un resultado bastante hermoso. Creció y con Yum tuvieron tres perritos. Dimos a dos y nos quedamos con Trella, un clon de su padre.

Los años que pasan, la muerte que ordenadamente llega hasta dejar huérfana a la nieta de Lúa: mi Trella. Juntas hemos vivido catorce años hasta hace un par de días que dejé de oler su rastro de modo fulminante dejándonos una profunda huella. El ciclo que se cierra. La saga que termina. La soledad que aprieta.

Sé que hay perros que fueron abandonados y me espera más nobleza. Pero eso es otra historia, otro comienzo para cuando esté preparada.

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