NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Los profesores recuperan el control de las aulas
Se levanta todos los días a las siete y media de la mañana, pone la cafetera y la radio bajita mientras recoge la cocina, activa una lavadora y prepara el tentempié de los niños. Para cuando el olor del café avisa que está listo, ella ya sabe qué se va a comer ese día en casa y hace una lista con los avíos necesarios para elaborar el almuerzo. Se toma el café bebido mientras oye de fondo la alarma del despertador en el cuarto de sus hijos. A partir de ahí, ya todo es una carrera. Los desayunos, los turnos en el cuarto de baño, “lavaros las manos, la cara y los dientes”, la revisión de las mochilas, que no se olvide la flauta que hoy hay música; los numerosos avisos que van subiendo el tono según se acerca la hora antes de que todos estén reunidos en la puerta para llegar a tiempo a la escuela, el saludo con otras madres en la entrada, la fila, la sirena que anuncia el inicio de la jornada, el adiós con la mano a sus retoños.
De allí va al supermercado y en la puerta, como todos los días, se encuentra a la derecha a una vendedora de la ONCE; a su izquierda, a una mujer que al pasar le dice “guapa, dame unas moneditas que tengo tres hijos y no tengo nada para darles de comer”. Le devuelve una sonrisa por no ser descortés y entra en el establecimiento. Mientras hace la compra se va debatiendo ante la imagen. Si rasca el monedero y sobra algo hay dos opciones: o invertirlo en un décimo que quién sabe si le solucionará la vida para una larga temporada o depositarlo en el vaso blanco de plástico que repiquetea como reclamo y aportar algo a la precaria economía de su parigual. Llena su carro con lo imprescindible y al salir la moneda que cae en el vaso renunciando a la imprevisible suerte. Gracias, guapa.
Vuelve a casa y todo es un no parar hasta llegar la noche. Cuando oye girar la llave de la puerta los niños ya están acostados. Llevan sin verse una semana; es comercial. Saluda con un beso fraternal, se va a la ducha sin invitarla. Con la cena delante, enciende la tele para ver el fútbol mientras a ella en el sofá el silencio le ahoga. No le enseñaron a pedir.
Trabaja a destajo siete días a la semana sin estar remunerada… y no hablo de dinero.
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