Tierra de palabras

Hasta siempre

Me mostré como soy, hablé de lo que conozco y compartí con generosidad; ese ha sido mi sello

El sábado 23 de enero de 2010 escribí mi primer artículo en el histórico rincón de este periódico: El mástil. Semana tras semana fui oteando con ganas de nuevas conquistas el horizonte desde el palo mayor, buscando intransitados rumbos, nuevos paisajes con el firme propósito de mantener las velas del compromiso y la libertad bien izadas. Surqué mares en los que aprendí a desprenderme de lo superfluo, de lo innecesario, de lo ya sabido. He ido anotando en el cuaderno de bitácora todos los aprendizajes que otros navegantes me fueron enseñando sin mancillar la personal bandera de mi nave.

En 2013, después de muchos amaneceres y muchos ocasos, después de muchas conquistas y muchos naufragios, después de muchas tentaciones que superé atada al palo de la nave para capotear los cantos de sirenas, divisé la costa que me advertía que tocaba poner los pies en tierra firme, recoger las velas, abandonar el inolvidable aroma de la brisa marina e hincar la bandera en la nueva tierra conquistada. Cambié de elemento, de estancia, que no de casa; dejé el agua para tocar orilla. A este nuevo espacio lo llamé Tierra de palabras y en él me seguí curtiendo a base de aprendizaje y concisión; siempre atenta para informar de las señales que suelen pasarnos desapercibidas, esas pequeñas grandes cosas de la vida.

En esta travesía marítima y terrestre nunca dejé atrás la memoria de mi hermano José Luis, insuperable e imprescindible maestro. Su estela me ofreció la nave y me acompañó en cada avance del trayecto; mi amor hacia él, ahora infinito, se agazapó detrás de cada palabra, de cada experiencia aquí descrita.

Hoy siento con una prístina claridad que llegó la hora de darme un respiro. El nuevo caminar se muestra con intransitadas rutas y necesito escucharme para descubrir hacia dónde realmente me quiero dirigir. Así que allí voy con mi hatillo lleno del aprendizaje que durante estos años he adquirido y, principalmente, rebosante de vuestra atenta fidelidad y minutos compartidos conmigo en esta gratificante aventura. Me mostré como soy, hablé de lo que conozco y compartí con generosidad; puede que ese haya sido mi acierto y con seguridad, mi sello. Cada sábado intenté abrir una ventana con un paisaje nuevo donde poder respirar una reflexión pura; edifiqué un espacio donde poder hacer una parada, silenciando el ruido atronador de la actualidad a veces apabullante.

Te dejo en las mejores manos, ya lo comprobarás el sábado que viene.

Gracias por tanto y hasta siempre.

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