Recientemente, el Gobierno ha aprobado una ley donde se reconoce, por fin, a los animales como seres sintientes. Una ley muy necesaria que cualquier país con suficiente madurez en su sociedad tiene entre sus reconocimientos legislativos. Solo los que han tenido la suerte de amar y compartir parte de su vida con compañeros tan grandes de corazón me entienden. Todos los que tenemos como familia a estos maravillosos seres sabemos con creces que la sensibilidad, el compañerismo y la lealtad son valores que demuestran sobradamente, porque sin duda, y por supuesto, tienen sentimientos.

Me congratula que, por fin, una ley lo ratifique y lo recoja. Es por ello que, cuando me encuentro con estos indefensos seres, me preocupo por su bienestar, al igual que muchas otras personas. Sin embargo, no entiendo cómo es posible que el Gobierno reconozca que los animales tienen sentimientos pero, por otro lado, permita que empresas de control zoosanitario sacrifiquen a estos seres con sentimientos. Es curioso que, con nuestro dinero, se pague a estas empresas y, en cambio, dejen totalmente desamparadas a asociaciones que rescatan a animales abandonados o maltratados; estas son asociaciones sin ánimo de lucro que lo único que persiguen es darles una segunda oportunidad a los animales y encontrarles una familia que los cuide y los ame.

Desgraciadamente, en estos últimos años, en nuestra comarca han ido desapareciendo importantes entidades que han realizado una labor encomiable en nuestra sociedad por estos animales. Es el caso de la desaparecida protectora linense El gato andaluz, que se vio desamparada por falta de apoyo y se vio obligada a cerrar el año pasado. La labor y el trabajo que se estaba realizando en este aspecto recae ahora con un sobreesfuerzo en asociaciones como Adopta a un Gatito de Los Barrios, que carece de apoyo económico por parte de las instituciones públicas y que también ha anunciado su inminente cierre.

Creo por ello que, por ley, no habría que permitir que las empresas pagadas con dinero público sacrifiquen a estos animales. No tiene sentido declarar que tienen sentimientos y que, después, se permita su sacrificio a los diez días de entrar en la perrera. A los zoosanitarios se les deberían obligar a realizar las labores que, eficientemente y sin ninguna ayuda, realizan protectoras y asociaciones rescatando, atendiendo y buscando hogar a estos animales. Señores políticos, cambien esa incongruencia y destinen esos impuestos no a sacrificar animales, sino a darles esa vida digna que, al igual que nosotros, merecen.

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