Tierra de palabras

A modo de esperanza

No he leído un solo libro en su pantalla, no me adapto ni a su rigidez ni a pasar las hojas arrastrando el dedo

T ENGO una Ipad heredado de mi hija. Me lo dejó una vez que se fue de viaje al extranjero para que pudiésemos hacer esa cosa que en aquel momento me pareció tan ajena llamada videoconferencia y que ahora es un lugar de moda para el encuentro.

A mi hija la tengo ahora de vecina y nos abrazamos porque pertenecemos al mismo núcleo familiar que convive y aun así el Ipad se quedó conmigo.

Y lo llevo de un lado a otro de la casa; lo conecto a un altavoz portátil y escucho música clásica en la cocina cuando experimento nuevas recetas o repito las ya conocidas; también, cuando practico yoga y busco sonidos de la India para que acompañen mis asanas o algún mantra que canto cuando consigo que mi mente me dé una tregua. Y para poco más lo uso.

No estoy a través de él conectada al Facebook, no lo llevo a la calle para tomar notas o ideas dignas de recordar que surgen porque en esos momentos de súbita inspiración uso una pequeña libreta en la que todo lo anoto a lápiz.

Y por supuesto, no me he leído un solo libro en su pantalla, no me adapto ni a su rigidez ni a pasar las hojas arrastrando el dedo ni a prescindir del separador de páginas ni a permitirme el lujo de dormirme con él encima no sea que se me resbale y parta la pantalla al caer al suelo. Es la misma sensación que hacer una videoconferencia con mi hija, pero aplicado al libro: necesito tocarlo, darle el calor de mis manos y recibirlo, cuidarlo, pasar a su lado y que me avive todos los recuerdos, que forme parte de mi vida y que goce de un privilegiado lugar en mi habitáculo.

Pero si lo analizo, aunque no sea consciente, hay algo que me hace mantener el Ipad cerca y con uso y que hace que forme parte de los familiares sonido de la casa. Me llegan ¡plin! del banco, de las ONG que me recuerdan todas las tragedias que asolan al mundo, me llegan culturales, del CADE, de cursos de yoga, de todas partes me llegan.

Y no puedo evitar que cada vez que suena y me pilla en casa, imagine que quizá reciba una carta de las de toda la vida. Es por lo que, a modo de esperanza ya que el buzón de la puerta siempre está vacío, mantengo el viejo Ipad cerca

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