Legalidad y moralidad son dos términos entrecruzados. El Código Penal está lleno de normas cuyo incumplimiento convierte automáticamente al actor protagonista del mismo en un ser inmoral que ha cometido una ilegalidad. Los asesinos, violadores, malversadores y prevaricadores son, además de criminales, un auténtico rebaño de indecentes.

Como lo ahora dicho resulta empírico e impepinable, no me interesa tanto este eslabón de la dualidad como el otro del que emanan personajillos muy legales, pero absolutamente cínicos e inmorales. Son los listos que representan una estirpe secular. Los máximos exponentes de la picaresca, esa nace y muere en el español, tan orgulloso de ella, es decir, tan orgulloso de ser un absoluto sinvergüenza. Son estos, paradójicamente, unos seres que a menudo se presentan como los más patriotas.

Rojigualdos o tricolores hasta la extenuación que, sabedores de vacíos normativos, los exprimen como una naranja hasta sacar el jugo del beneficio propio. He aquí a aquellos que, por ejemplo, han sido bendecidos con el dominio absoluto de la confección de artimañas para pagar menos impuestos. He aquí a personas como el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Enrique Ossorio, o la líder de Más Madrid, Mónica García, con patrimonio suficiente como para no aprovecharse de la patita de la ineptitud que a veces asoma de los gobiernos. Al menos el Lazarillo fue en sus inicios pícaro por un instinto innato de supervivencia. Ellos lo son por la avaricia de quien busca vivir más cómodo de lo que ya lo hace.

El uno, con un patrimonio de más de un millón de euros, la otra, con unos ingresos anuales de 55.000 euros y un marido que es vicepresidente de una empresa que el año pasado facturó 270 millones. El uno, que, contra su voluntad, solo va a dejar de beneficiarse del bono social térmico para personas vulnerables porque el Ejecutivo va a modificar las condiciones que han de cumplir las familias numerosas para percibirlo; la otra, que renunciará directamente a él y ha pedido perdón argumentando que no sabía que recibía la ayuda y que dicha recepción es automática, como si la burocracia ondease ahora la bandera de la benevolencia y no la del "vuelva usted mañana" de Larra. Ossorio y García, dos sujetos situados a las antípodas en materia ideológica, pero que se entienden bien en eso de ser legales pero inmorales. Pícaros empiristas que son conscientes mejor que nadie de la crisis en la que está envuelta el único tribunal que condena la falta de ética. Solo el pueblo español puede hacer pagar la inmoralidad. Pero este pueblo, afectado por una cantidad ingente de preocupaciones, olvida rápido y carece de tiempo o de ganas para excederse en el ejercicio mental y pausado de recordar.

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