Tierra de palabras

Fieles a la alegría

Quisiera derramar estos versos sobre el periodo de tiempo que llevamos confinados para que hagamos una lectura de su esencia

En tiempos de reflexión y de familia, de calma, de mantenernos en casa para salvarnos y salvar vidas, destacaría, de la antología poética de Mario Míguez, un verso que llena de sentido este vacío. Lo titula Destino:

Nada bueno ha pasado en muchos años. /Parece que las cosas en mi entorno /han dispuesto pulsar dentro de mi alma /las cuerdas de la angustia, /una por una, /en su escala completa, sin descanso. /Hay notas agudísimas que hieren /tanto como las más graves y oscuras. /Son sonidos muy tristes, de abandono; /y es el mismo abandono que se siente /contra el cuerpo de un niño moribundo: /cuando lo abrazas notas enseguida /que aun antes de abrazarlo, sin tocarlo, /era ya pura entrega abandonada. /Nada bueno ha pasado. No. Y no obstante /eso mismo es lo bueno. /Qué destino tan hermoso es el mío. Porque debo /rechazar toda queja y, en silencio, /hacer de esos sonidos una música /salvando del vacío ese abandono, /y así conseguir ser, desde la angustia, /serenamente fiel a la alegría.”

Aunque habrá algunos que sientan que nada bueno les pasó en muchos años, quisiera derramar estos versos sobre el periodo de tiempo que llevamos confinados para que hagamos una lectura de su esencia. Todos hoy pulsamos las cuerdas de la angustia y las notas agudísimas que hieren las viven los contagiados, los que tienen familiares enfermos a los que no pueden sostener una mano de aliento, diciéndoles al oído lo que nunca se atrevieron a decir por orgullo. La mayoría de los sonidos que nos llegan son de abandono, y no lo digo por todos los sanitarios que están dejándose la piel en esta batalla para hacer sentir a los enfermos que no están solos… pero en esos momentos de incertidumbre, y más aún si son tus últimos momentos, la necesidad de estar con los tuyos es un digno derecho que esta pandemia les arrebata.

Por esto, qué destino tan hermoso el nuestro, el tuyo, el mío, que seguimos protegidos dentro de la trinchera de nuestra casa, que no tuvimos, por ahora, que hacerle frente, cuerpo a cuerpo, al enemigo. Y es aquí también donde se abre otra brecha de abandono: la del que en casa no tiene nada que poner en el plato a los suyos mientras el diálogo social lleva paso de tortuga.

Para los privilegiados, no hay queja que valga. Nuestros aplausos y cantos desde los balcones hacen de estos sonidos de abandono… una música.

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