Al caer la tarde, muy cerca del ocaso, se produce un bello fenómeno en los viñedos del corazón de la región del Chianti. Una atmósfera dorada lo inunda todo y parece que las viñas emitieran pequeñas partículas incandescentes. El ambiente sugiere el realismo mágico de las novelas de Tolkien. Los racimos de uva engordan lentamente, esperando el ineludible parto de septiembre. El silencio profundo sólo es alterado por el canto de las chicharras que ponen banda sonora a un tiempo de modorra. Hace mucho calor en la Toscana para ser junio.

Las colinas más altas están coronadas por castillos medievales, elementos de defensa de una época en que los señores servían indistintamente los intereses de Florencia, Siena o Milán, con el Papado de por medio, en ese conflicto interminable, entre intereses cambiantes, al que tan aficionados son los italianos. Al contrario que en España, donde los castillos están siempre en lugares geográficamente estratégicos, aquí la atomización del poder feudal llegó a ser tal, que cada señor se construía, dentro de su tierra, lo que podía. Los grandes, magníficos castillos con todos sus avíos de torre del homenaje, plaza de armas, murallas y fosos y a los menos pudientes les bastaba con una simple torre, eso sí, muy alta. Cuando los tiempos se apaciguaron, aquellos castillos que estaban rodeados de viñedos, se convirtieron en bodegas. Ello explica la cantidad de marcas del Chianti que empiezan por Castillo de.

Una de las fortificaciones mejor conservada es el Castillo de Meleto, que se encuentra en la localidad de Gaiole in Chianti. Formó parte del primer escalón defensivo de Florencia y en 1478 fue ocupado por las tropas aragonesas aliadas de Siena. En tiempos de paz, la conversión de fortaleza en palacio o casa señorial, debía ser muy onerosa por lo que su propietario en el siglo XVIII, tuvo una brillante idea. Buscó a un artista que trabajara para él exclusivamente y utilizó ampliamente la técnica del trampantojo (del francés trompe-l'oeil, engaña al ojo) que permite pintar en un muro, un sugerente lago en el que desearías bañarte, si no fuera porque al hacerlo te romperías la cabeza contra la pared. El asunto dio juego y de las paredes pasó a los muebles de modesta factura, pero que al pasar por las manos del artista se convirtieron en bargueños orientales, en un derroche de imaginación, digno de todo elogio. Para el final guardó lo mejor, la construcción de un pequeño teatro a la manera de la Comedia del Arte que es la pequeña joya de la propiedad, hotel y bodega a la vez. Que pena que se desconozca el nombre del artista. No sería un Miguel Ángel ni un Rafael pero con su arte, sigue emocionando al espectador, siglo tras siglo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios