Dice Emmanuel Carrère en Yoga -libro difícil, pero valiente y, por tanto, de sumo interés- que aquello que merece ser recordado, se recuerda. Esta reflexión tan simple, tan romántica incluso, es hoy más revolucionaria que nunca, porque la frase más indicada para definir el mundo hiperconectado y fingido de nuestros días es que aquello que merece ser recordado, se guarda en la nube.

El ser humano parece haberse desmarcado de la cultura del esfuerzo por recordar en la pura condición etimológica de la palabra. Recordar para sí, degustar esa imagen, recrear ese momento y encontrar las palabras adecuadas para revivirlo ante los demás. Para qué gastar saliva, que parece que escasea, si puedo mostrártelo.

Entonces, uno, fiel a este comportamiento instaurado, cuando tiene delante de sí un paisaje stendhaliano, siente ya el irremediable impulso de sacar su móvil y pulsar el botón "recordar". Incluso algunos, conscientes de que se avecina algo memorable, hacen gala de una capacidad de anticipación poderosísima y, gracias a la tecnología, "recuerdan" el camino que andamos hasta llegar al instante en el que el monumento, majestuoso y magnificente, se alza ante ellos: "¡Rápido! ¡La cámara! ¡No vayamos a olvidar tanto esplendor!".

Esta conducta se muestra ya, de forma descarada, ante las situaciones más mundanas. Desde hace tiempo, la espera en un restaurante para calmar la inanición ha aumentado. Ahora, no suficiente con aguardar hambrientos a que los chefs hagan su trabajo lo más rápido posible, cuando por fin tenemos el plato sobre la mesa y ya estamos salivando como animales, siempre hay algún iluminado que, con mano de hierro, nos invita a permanecer petrificados mientras hace la instantánea. "Pero ¿pa' qué?", pregunta uno, con miedo. "¿Cómo que pa' qué?, contesta el Robert Capa de turno sin dar más respuesta.

Hace quince años nos mirábamos y nos reíamos del turista chino, ese que sacaba fotos hasta de la gravilla. Pero el chino, que puede ser muy perro para algunas cosas, pero muy listo y adelantado para la mayoría, no hacía más que demostrarnos que nos lleva lustros de ventaja. Si tu yo de entonces observase cómo tu yo de ahora inmortaliza beneméritos solomillos estallaría en carcajadas.

Meses atrás, fui con unos amigos a un concierto de Tash Sultana. Llevábamos semanas hablando de esa canción. Esa, joder cuando toque esa. Pero, ¿la tocará? ¿tú crees? Pues claro que sí, cómo no la va a tocar. Efectivamente, la tocó. Y cuando, fuera de mí, embriagado de sensaciones y de vicio, los miré para, en mi cabeza, convertir en memorable ese momento, estaban todos haciéndolo a través de la pantalla. Y, en ese instante, confieso, me sentí muy solo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios