Existen muchos hábitos, que pueden parecer triviales, pero que para nada lo son, que, a mí, personalmente, me sirven para saber cómo es una persona. Si se ducha por la noche o por la mañana (cuidado con la primera), si le gustan los animales o no (huid de la segunda), si ponen el volumen en par o impar, si miran el móvil o hablan mientras ven una película en compañía, o si dejan la tapa del váter levantada. No digo que algunas de estas distinciones no sean producto de mis manías. Menos lo de la ducha y los animales, que es empírico e irrefutable.

Otra costumbre que me parece rotunda, definitiva y fundamental para intuir cómo es una persona es el número de alarmas que programa para despertarse. Estaba yo el otro día en uno de esos momentos tan míos de introspección y visita a mi mundo interior (empanado, para mis amigos), cuando me despertó un gran revuelo en la oficina. "¿Qué pasa?", pregunté. "¡Este!... ¡Que se pone seis alarmas para despertarse!", contestó un compañero refiriéndose a otro, un pipiolo de 19 años.

"Ole sus huevos. Este chaval tiene futuro", pensé. "Pues yo me pongo cuatro (que son seis u ocho -siempre par- si la noche anterior se me ha ido de las manos)", dije.

"¡¿Cuatro?! Pero, ¡¿tan difícil es despertarse con la primera?!".

Yo lo miré atónito. Pues claro que lo es. ¿Qué clase de pregunta es esa? Es que tiene hasta que marear. Además, ¿cómo puede esta persona privarse del placer que se siente al seleccionar la opción "posponer" y llegar al momento en el que en no más de un minuto suenan cuatro alarmas diferentes? El dominio de esta técnica me parece arte en mayúsculas. Por no hablar de que acaba con la incertidumbre del sueño interrumpido. Yo he averiguado el final de un sueño gracias a este don de la posposición. Si acaba bien o mal ya es otro tema. Gajes del remolón matutino.

No estamos ante un asunto banal cuando desencadenó un acalorado debate entre mis compañeros. Un debate que terminó con un momento de clarividencia de uno de ellos que se me antoja capital compartir con vosotros y que sirve para los que la posposición suponga un -incomprensible- martirio. La suya es la aplicación de un método casi pavloviano: "Hasta que lo consigas, lo único que tienes que hacer es programar tres alarmas por la noche que suenen justo cuando estás quedándote dormido y colocar el móvil lejos de la cama. Así te acostumbras a levantarte al mínimo ruido. A mí me ha ido bien".

Desconozco cómo ha llegado a esa conclusión y si realmente funciona. No me importa porque yo no pienso abandonar así como así el arte de la posposición. Igualmente, pienso que, de haber nacido de él, su técnica es maravillosa y debería patentarla.

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