Cuando se consulta la biografía de algún personaje, se tiene la impresión de que ha vivido varias vidas en una sola y que la experiencia vital de uno mismo, es, en comparación, muy aburrida. Cuentan que a Alejandro el Magno, le dieron a elegir entre una vida corta y gloriosa o una larga y tediosa. Ya sabemos lo que eligió. A Tamara de Lempicka, la reina del art déco, la diosa fortuna la obsequió con la mejor elección posible, una vida larga y gloriosa. Su fama como artista, ha trascendido hasta nuestros días: Madonna le profesa rendida admiración y utiliza su obra en videos musicales, decorados de conciertos y hasta en su propio vestuario. La vida de la Lempicka tiene como hilo conductor, ese intangible llamado glamour que le permitió epatar a las sociedades de principio del siglo XX, en Moscú, París y Nueva York. Fue una artista incuestionable en pintura, decoración y alta costura, pero fue además la referencia en el buen gusto y la sofisticación. Trabajadora incansable, estuvo atenta a movimientos artísticos, como el cubismo o la Bauhaus que cristalizaron en el art déco que con su influencia se hizo mueble, cristalería, bolso, joya y todo tipo de objetos materiales, signos de una época de entre guerras.

He estado en la magnífica exposición que sobre Tamara, puede verse en el Palacio de Gaviria en Madrid, un escenario ideal para ello. Si la diva viviera y subiera por la majestuosa escalera alfombrada que da acceso a la galería, hubiera celebrado el lugar elegido para mostrar su obra. El buen gusto preside el conjunto de 180 obras elegidas, procedentes de más de 40 colecciones privadas, museos y prestadores. Allí están sus célebres desnudos femeninos que tanto escándalo produjeron en su época, debido a una bisexualidad que nunca ocultó, pero también su retratos, entre ellos uno controvertido sobre Alfonso XIII. También es posible encontrar fotografías y hasta cine porque en su época era la mujer con más proyección pública.

Hay una Tamara escondida, obsesionada con representar las manos. Un redactor del Buffalo Evening News de Nueva York escribió: "(Ella) descubrió que las manos, tanto las de un conductor de autobús, como las de un gran músico, tenían una faceta artística que se podía plasmar en un lienzo". Esa otra Tamara, revolucionó la publicidad gráfica e impuso su estilo de hacer las cosas, a una burguesía que vivió la belle epoque y los desastres posteriores a las guerras. Cuando sus cenizas fueron depositadas en el cráter del volcán Popocatépetl, con ellas quedó enterrada, la vanguardia de toda una época.

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