Mi vida no es más que un sueño y mi verdad no tiene que ser la verdad de nadie, solo mía. Mi sueño es completamente diferente al sueño de otra persona. Es por eso necesario modificar muchas de las creencias que desde pequeña me acompañaron y que formaban parte del sueño de otros. Me dispuse a aceptar la diferencia que existe entre dos soñadores y así poder respetar el sueño de cada individuo con el que me cruzo.

Al igual que el cuerpo está hecho de células, el sueño está hecho de emociones y si tuviese que destacar dos fuentes principales serían: el miedo y todo lo que de él surge y el amor y todo lo que emana. Si nos dedicamos a la contemplación atenta de la raza humana se puede deducir que, aunque experimentemos ambas emociones, predomina el miedo por encima del amor en la mayoría del común de los mortales. Le otorgamos un poder excesivo permitiendo que se haga dueño de cada uno de nuestros pasos. Tenemos tantas condiciones y obligaciones que no paramos de poner reglas a fin de protegernos contra el dolor emocional cuando en el fondo sabemos, o deberíamos saberlo, que las reglas perjudican la calidad de los canales de comunicación. Demasiado tiempo haciendo un drama de todo, incluso de las cosas sencillas y pequeñas.

Una de las muchas creencias que desde la infancia tuve es pensar que en una relación, sea cual sea, no solo la de pareja, yo era responsable del bienestar de la otra parte. Ahora sé que nadie puede ser responsable de lo que el otro tiene en su cabeza. Existe una tendencia a tomar el control en lugar de compartir. Solo cuando empiezas a conocerte, cuando comienzas a dejar de tenerle miedo a tus sombras y las invitas a que salgan a la luz y formen parte de ti también, es cuando te das cuenta de que no hay nada que controlar y sí hay mucho que aceptar. Saber cómo es uno realmente te ayuda a no dejar que las situaciones te atrapen y te lleven hacia donde ya no quieres estar porque allí ya no queda nada por descubrir. Basta con cambiar la trayectoria de tu atención.

Cuando comienzas a ser tú mismo, cruzas una línea que no tiene retorno y nunca más vuelves a percibir de la misma manera. Lo único y más grande que te queda es disfrutar de la vida, que ya toca, haciéndote responsable de tu propio sueño.

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