Tierra de palabras

Mujeres de luz

Todo se tiñó de color cuando apareció por los pasilloscon su melena color luna y vestida de arcoíris

Hay mujeres de luz; sin dudarlo, para mí Carmen Alborch era una de ellas. Una mujer vitalista que no dejaba indiferente y que ahora que su alma ha volado, los elogios de los que la conocieron no suenan a cumplidos. Se nota que dejó profunda huella cuya carta de presentación fue siempre una sonrisa. Me cautivan las mujeres apasionadas y comprometidas, las luchadoras y las que tienen claro qué defienden.

Fue ministra de Cultura, culta, docente y feminista; pero yo quisiera quedarme con la esencia de su persona, quedarme con la imagen de modernidad que desde que la vi me acompaña de ella, quedarme con esa mujer progresista y distinta, comprometida fielmente con el resto de las mujeres de su época, defensora de luchas que ahora parecen estar asumidas pero que solo gracias al tesón de mujeres como ella se lograron, y un concepto de primordial importancia para que nuestro compromiso y reivindicaciones avancen: la necesaria amistad entre nosotras, la unión hacia una misma dirección sin competencias ni rencillas.

En pleno proceso de separación, situación siempre complicada, una amiga me regaló su libro Solas "obra audaz y diferente que rompe estereotipos y que concluye que vivir sola no es estar sola". Hoy profano el lugar que el libro ocupa en la estantería y me traslada lejos. En la contraportada, de gran tamaño una foto, en blanco y negro con un desgaste sepia, la inmortaliza en todo su esplendor; es el recuerdo el que le da color fuego a su rizada melena y un rojo carmesí a su boca, dos matices inconfundibles de esta afectiva mujer de la cultura. No dudo que el libro en sí conserve el fósil de alguna de mis lágrimas junto con un agradecimiento profundo por haberme acompañado mientras transitaba la ruptura de un proyecto que creí firme y que la realidad desmoronaba. Sola no estaba porque mientras lo leía mi pequeñaja dormía muy cerca; hablo de la soledad del sofá a esas horas y de la cama.

Adoro a las mujeres que emanan una luz propia. Y esa misma sensación, y esa misma tristeza que siento ahora, la tuve cuando se apagó otro faro de referencia como fue Carmen Martín Gaite. Recuerdo cuando era estudiante universitaria, en un ilustre edificio de Granada, en una sala oscurecida y abarrotada, cómo todo se tiñó de color cuando apareció por los pasillos con su melena color luna y vestida de arcoíris.

Mujeres así no se olvidan, con esa luz natural e innata.

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