Descubrir a estas alturas que el Festival de Granada es una de las citas ineludibles para los amantes de la música, sería pura ingenuidad. El acontecimiento tiene a modo de telones de fondo, dos grandes monumentos, difíciles de igualar, la Alhambra y los jardines del Generalife. Para lo que no son conciertos, está la bella ciudad a la que siempre se vuelve, con sus iglesias barrocas, jardines y una gastronomía reconocible. Granada sestea, tras pasar la feria del Corpus que este año ha tenido el gran aliciente del faenón de José Tomás que siempre es gloria para la reventa-se llegaron a pagar 1500 euros por una entrada-y alegría para el sector hostelero que ingresó dos millones de euros, por el espectáculo. Un taxista me contaba que recogió a un aficionado, tras la corrida, en tal estado de arrobamiento por la actuación del de Galapagar que le declaró:- Mire usted, yo es que me casaba con él.

Mi santa, descubrió que al Festival de este año, venía la pianista portuguesa María Joao Pires, una de las mejores intérpretes de todos los tiempos, con aroma de despedida de los escenarios, por su edad. Mereció la pena dar el salto a Granada, para verla y escucharla. De entrada la organización, con 52 años de experiencia a sus espaldas es magnífica, con un gran número de jóvenes voluntarios que linterna en mano, el concierto comenzó a las 22.30 h., te acompañan hasta tu asiento, en el impresionante palacio de Carlos V. Está muy cuidada la iluminación escénica y la natural sonoridad del patio, se acompaña de una ecualización acústica, casi perfecta. Hacía calor cuando la Pires, siempre sobria y elegante, apareció en escena, saludó brevemente, acallando los aplausos, se sentó e inmediatamente pulsó la primera nota de un programa iniciado y terminado con dos sonatas de Beethoven, la "Patética" y la última, 32, op. 111, para incluir en medio Arabeske y Kinderszenen (Escenas de niños), de Schumann. Fue un programa difícil, en el que la Pires con maestría pasó de la armonía geométrica del músico alemán al romanticismo inspirado en el amor frustrado de Schumann, por Clara Wieck. Precisamente en esta última interpretación, apareció la magia de la Pires, con un tempo lentísimo que fue desgranando la melodía de tal forma que hasta una golondrina, sobrevoló el piano para llevarse consigo alguna nota. El entendido público ovacionó más de diez minutos, mientras que el sonido fue rebotando por las calles empedradas del Albaicín, contándole a Granada que la Pires, que por su edad podría estar ya de vuelta, está más de ida que nunca.

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