Tierra de palabras

Imparable naturaleza

La presencia de Jesús Ynfante ya no está entre nosotros pero su jardín ha resurgido de sus cenizas

Poco tiempo después de la muerte de Jesús Ynfante, el pequeño jardín delantero de su vivienda, o mejor podríamos decir su pequeñaselva, fue arrasado por maquinaria de poda. Supongo que los herederos del inmueble quisieron hacer la limpieza que su inquilino no hizo en muchos años. A mí que tanto me llamaba la atención esa frondosidad anárquica con esa colonia de pájaros chillones que, tantas y tantas madrugadas saliendo del pub de encuentro que quedaba cerca, me hacía levantar la mirada al cielo a ver cuántos eran los ruidosos habitantes de aquella copa que se mimetizaban a la perfección con la noche y entre las ramas. Al irse Jesús, toda esa minúscula jungla, tan personal y particular como su cuidador descuidado, desapareció con su persona; y en cuestión de nada, sin el incansable investigador y sin su selva, la casa, de repente se quedó desnuda.

Hace unos días, realizando los asuntos de diario, me paré a observarla; casi tres años ya deshabitada. Nadie parece cuidarla y se empieza a notar con más evidencia los desperfectos del abandono, al igual que en los últimos años se le notó a Jesús el abandono de su propia persona cincelado por la soledad que desde mi humilde percibir parecía mitad impuesta mitad elegida. Igual de rompedor que la casa, presidiendo una céntrica esquina que por sus características arquitectónicas rompen lo lineal del paisaje, era encontrarte a Jesús por el pueblo con sus papeles y periódicos a cuesta predicando su mundo de investigaciones si eras de los afortunados que te parabas a escucharle, porque si de algo hubiese podido presumir era de pasar desapercibido entre nosotros, sus vecinos de Los Barrios, siendo un escritor y estudioso con una dilatada obra literaria a sus espaldas.

Ahora, el millar de libros y miles de revistas que guardaba en su peculiar casa tienen acceso público en la Casa de La Sauceda, en nuestro vecino municipio de Jimena.

La presencia de Jesús con su elegante aire bohemio bien arraigado ya no está entre nosotros, pero su jardín ha vuelto a resurgir de las cenizas, a brotar con más fuerza si cabe volviendo a vestir de verde la esquina desnuda. Le di la vuelta a la fachada, me dieron ganas de levantar una de las persianas de madera ya sin color, mustias, y no lo hice, no sé si por vergüenza o por pudor. En su abandonada escalera exterior, al sol, un okupa felino movía parsimoniosamente el rabo mientras, vigilante, me observaba.

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