La sinvergonzonería de Boris Johnson, el posible adelanto electoral en Andalucía, el toma y daca con las macrogranjas, el lío con Djokovic, la muerte de Gento… Los grandes titulares de esta semana los han protagonizado estos temas.

Sin desmerecer en absoluto ninguno de estos acontecimientos, asisto, atónito, a cómo ha pasado ante nuestras narices, como un pequeño soplo de aire, el demoledor informe que Cáritas publicó el martes sobre la desgracia que vive la sociedad española. La pandemia ha dejado en la cuneta de la exclusión a 2,5 millones de personas más.

En apenas un par de años, la pobreza severa se ha subido a un trampolín y ha pasado del 9,5% al 11,2%. Un total de once millones de españoles se encuentra en una situación de asfixia crónica, decadente, indigna e indigente, abocada a un final trágico. En los últimos meses hemos visto dos tipos de colas: las de la impaciencia y las malas formas para hacerse una PCR, y las de la desesperación de las familias que, con la cabeza agachada y sin hacer ruido, esperaban en la puerta de un comedor social para poder llevarse algo a la boca. Tal vez muchos de los de la primera quieran pasarse por la segunda.

Y otra conclusión terrorífica del estudio de Cáritas: el simple hecho de ser joven es ya un factor de exclusión en sí mismo. Una persona con 28 años que en 2019 veía cerca, al fin, sus "sueños" de emancipación y estabilidad después de la Gran Recesión, se topa en 2020 con la mayor caída de la actividad económica desde la Guerra Civil. Por supuesto, el proceso de recuperación de una crisis como la del COVID-19 está a años luz del de una posguerra, pero ambas tienen algo en común: siempre, siempre hay alguien que se queda por el camino. Y siempre es el gran olvidado.

Hoy, hay casi un millón y medio de jóvenes de entre 18 y 35 años (el 15% del total) que sufren exclusión social grave. El apellido "social" aquí es clave, porque más allá de la dimensión económica, la pandemia también ha influido de manera importante en nuestras relaciones. La exclusión del sistema es un hecho significativo, pero la autoexclusión, propiciada en la mayoría de los casos por problemas de salud mental, es un asunto capital. La ansiedad, la depresión y la cada vez mayor tasa de suicidio son los grandes males de esta década, y los únicos capaces de poner en jaque a los avances científicos en materia de la esperanza de vida humana.

Y, sin embargo, la superfluidad con la que se trata este tema es enorme. Preferimos la polémica y el sensacionalismo. Pido perdón porque sé que estas líneas no os alegrarán el sábado, pero la ignorancia o el "no querer saber" son el principio de la degradación social.

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