Una vez, coincidí con Rodrigo Rato tapeando en un bar, rodeado de sus compañeros de partido. Era por entonces, ministro de Economía, un buen ministro me pareció y me alegró, cuánto habían cambiado los tiempos, al ver a un altísimo cargo del Estado, departiendo con el común de los mortales, frente a unas cañas. Recuerdo que comenté con mi santa unas declaraciones del ex presidente Calvo Sotelo en las que confesaba que lo que le había sorprendido más al dejar el cargo es tener que volver a echarse dinero al bolsillo. Probablemente, Rato no pagó aquellas cañas, pero ahora va a tener que pagar algo más. Las tarjetas de representación, concretamente una de color negro, que han sido una bicoca para más de uno, han sido su perdición.

A cualquiera que haya vivido en el mundo empresarial, le han contado algunos abusos con las tarjetas de representación. Desde lo más sencillo, añadir un par de botellas de vino a la cuenta de una comida de negocios y llevárselas para su casa, a la leyenda urbana de las casas de alterne que facturaban sus servicios como platos del menú de un restaurante, camuflando el surtido de bellaquerías con los sugestivos nombres de gambas a la plancha o bacalao al pil-pil. El único problema para los pecadores es que tenían que pecar solo a la hora de la comida o la cena. En el caso de Caja Madrid, la avaricia se tornó en tragedia con el suicidio de Miguel Blesa. Todo se enmarca en el asalto político a las Cajas de Ahorro que fueron, en un tiempo, los vertebradores de la economía media de este país. Con una obra social eficaz, daban créditos a por ejemplo a taxistas, para que adquirieran el vehículo o a pequeños comerciantes, y proporcionaban utilidad y rentabilidad a los ahorros de sus depositantes. Pero hete aquí que de pronto sus consejos de administración fueron siendo colonizados por cargos políticos, y así pudimos ver a un humilde alcalde de pueblo con un pedazo de Volvo y un chófer a su puerta, por el simple hecho de haber sido nombrado presidente del consejo de administración de una de las cajas. La burbuja inmobiliaria y los créditos a amigachos y familiares hicieron el resto. Ese fue el caldo de cultivo donde chapotearon los que hoy están a punto de entrar a la trena. Los resultados del fiestón los tuvimos que pagar entre todos. Por eso, cuando Podemos habla de nacionalizar la banca, yo digo como el minusválido del chiste: ¡Virgencita de Lourdes, déjame como estoy!

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