Al saber del asesinato de las dos niñas de Tenerife, nos hemos enfrentado, incrédulos, de forma repentina y cara a cara, a la personificación de la maldad en su grado más abyecto. No cabe sino la perversidad más absoluta en quién es capaz de matar a los únicos seres por los que uno estaría dispuesto a dar con gusto su propia vida: los hijos. Los medios de comunicación se han ayudado de etiquetas para intentar tipificar una acción en principio tan inconcebible como monstruosa y así el machismo, la violencia de género e incluso la prevalencia del patriarcado son argüidos como causas precursoras de los asesinatos cuando en realidad la maldad es inherente al ser humano y solo es necesario que se den determinadas circunstancias (egoísmo, narcisismo, psicopatía, amoralidad…) para que esta se manifieste con toda su crueldad como es el caso. Achacar este tipo de sucesos a cuestiones coyunturales sociales o políticas es una manera de obviar lo evidente, esto es, que el mal existe y que en toda clase de sociedades se convive con la criminalidad. Hace 25 siglos, las tragedias griegas se nutrían de esos mismos argumentos que hoy nos impactan a través de los telediarios. En Medea de Eurípides, la esposa repudiada por Jasón (el de los Argonautas) para casarse con Creúsa hija de Creonte rey de Corinto, envenenará a su rival y no satisfecha con eso, matará a sus propios hijos para castigar de la manera más despiadada posible al esposo adúltero. De la misma forma, el capricho de los dioses juega con los personajes de Sófocles en Edipo Rey y Antígona incitándoles a través de la pasión, la avaricia o la locura y si en Edipo vemos al protagonista sucumbir a las desdichas vaticinadas por los augures, con Antígona (hija de Edipo) se escenifica el conflicto entre dos leyes: la del Estado defendida por Creonte (impidiendo enterrar por traidor a Polinices, hermano de Antígona) y la de los dioses (que la obligan a darle sepultura). Antígona pagará con su vida la paradoja. Sin embargo, casi coetáneamente a los dramaturgos, el filósofo Epicuro cuestionó el papel de los dioses en el destino de los hombres: "¿Está dispuesto Dios a prevenir la maldad, pero no puede? Entonces no es omnipotente. ¿Puede hacerlo, pero no está dispuesto? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y además está dispuesto? Entonces, ¿de dónde proviene la maldad? ¿No es capaz ni tampoco está dispuesto? Entonces, ¿por qué llamarlo Dios? En cierta forma Epicuro anticipa el concepto de libre albedrío, esto es, la potestad que el ser humano tiene de obrar según considere y elija. Escoger el mal ha sido la opción del padre asesino de Tenerife que, a buen seguro, suscribiría al pie de la letra el diálogo de Medea con el Corifeo. "Entonces mujer vas a matar a tu descendencia". Si -dice Medea- porque es lo que más dolerá a mi marido". "Pero gran infelicidad te causarás con ello" -responde el coro-. "Ah de sobra están las palabras inútiles" sentencia la esposa desdeñada antes de cometer los filicidios.

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