Tras exponer Newton su famosa Ley de Gravitación Universal, una dificultad surgió de manera natural al intentar aplicarla para resolver las ecuaciones de movimiento de los sistemas orbitales conformados por más de dos cuerpos que interactúan entre sí. A tal interrogante se la conoce como “el problema de los tres cuerpos” y la multiplicidad de soluciones que se obtienen la vinculan con la teoría del caos.

En 2006, un escritor e ingeniero chino, Liu Cixin, tituló con ese nombre el primer libro de una trilogía de ciencia-ficción acerca del enfrentamiento entre una avanzada civilización alienígena y los habitantes de la Tierra. Gran parte del éxito que alcanzaron sus novelas (primero en China y después en el resto del mundo) hay que atribuírselo al “rigor científico” de los brillantes supuestos imaginados por el autor que, al modo de Julio Verne en Viaje a la Luna y Veinte mil leguas de viaje submarino o de Isaac Asimov en Yo robot, emplea con suma habilidad la base de la tecnología existente para hacer proyecciones de futuros inventos científicamente plausibles en las más variadas disciplinas; nanotecnología, biología sintética, comunicación interestelar, criogénesis o entrelazamiento cuántico. Netflix acaba de estrenar una serie con el mismo título que el libro de Liu.

De impecable factura y con espectaculares imágenes, conceptos tan abstractos como el comportamiento de las partículas o los universos multidimensionales, la serie facilita a los espectadores la trama argumental, trasladándola en parte desde China al mundo occidental y simplificando las explicaciones de Matemáticas y de Física teórica a niveles casi infantiles, llegando incluso en ocasiones a recurrir Deus ex machina (en el teatro griego, una especie de grúa introducía desde fuera del escenario a un actor que interpretaba una deidad que resolvía la trama de la obra representada de golpe y sin necesidad de respetar la coherencia argumental) para solventar encrucijadas y hacer avanzar el conflicto entre humanos y alienígenas.

A pesar de las espectaculares secuencias de acción y del suspense que, a modo de thriller, recorren los ocho capítulos de su primera temporada, los espectadores confiesan en las críticas y reseñas que, aunque fascinados por esta adaptación televisiva (a cargo de los mismos productores de Juego de Tronos, reconocen no poder seguir con claridad los intríngulis de su argumento. Acostumbrados a las películas de superhéroes donde una efectista parafernalia enmascara un vacío de contenido, esta “ciencia-ficción de calidad” les viene grande. La radiación cósmica de fondo del Big Bang o los pequeños superordenadores cuánticos del tamaño de un protón denominados sophons, son cuestiones que, nunca mejor dicho, les suena a chino. Así que, para no quedar como idiotas se justifican con el socorrido: ¡Yo soy de letras!

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