En un programa concurso de la televisión andaluza le preguntan a una de las participantes: ¿Dónde se encuentra el Muro de Adriano? La concursante contestó sin vacilación alguna: "en Roma" y se sorprendió mucho al escuchar que la respuesta correcta era en Inglaterra. ¡Claro! -apostilló la interfecta dándoselas de sabionda- ¡los ingleses como siempre robando los tesoros de todo el mundo! Su comentario solo sirvió para dejarla en evidencia ante los telespectadores (que no ante el presentador) ya que, sin pretender negar la contrastada afición expoliadora de los anglosajones, el Muro de Adriano es una fortificación defensiva en la provincia romana de Britania que servía de frontera con Caledonia, la región salvaje del norte ocupada por los pictos y que se corresponde aproximadamente con la actual Escocia. Por una vez, los 118 kilómetros del famoso muro no los robaron de ningún lado ¡se los construyeron los romanos en su propio país! Precisamente en estos días el gobierno griego vuelve a pedir a Gran Bretaña la devolución de los mármoles del Partenón "retirados" por Lord Egin hace más de 200 años del Museo de la Acrópolis y ahora espléndidamente exhibidos en el Museo Británico. Allí también se expone la piedra Rosetta, un trozo de una antigua estela egipcia que resultó clave para descifrar la escritura jeroglífica. Descubierta por los franceses como simple material de construcción en el muro de un fuerte cerca del delta del Nilo, fue confiscada por los ingleses y hoy es la pieza estrella de su museo. Francia también cuenta con una gran tradición en la usurpación de obras artísticas y el Museo del Louvre da buena prueba de ello con piezas como la maravillosa Victoria alada de Samotracia que deslumbra al visitante desde lo alto de la escalera Daru. A Alemania los egipcios le reclaman continuamente el bellísimo busto de Nefertiti del Neuer Museum de Berlín y los turcos el Altar de Pérgamo o las Puertas de Ishtar que se exhiben en el Museo de Pérgamo. La realidad es que la mayoría de museos europeos se sustentan de los trozos de antiguas civilizaciones que ahora no pasan por su mejor momento. Por legítima que sea su aspiración a recuperar lo que un día floreció entre sus fronteras, no se puede ocultar que de no ser por los países colonizadores muchos de los tesoros que ahora se reclaman se habrían perdido. Troya la excavó un alemán Schliemann; un suizo, descubrió la ciudad perdida de Petra y otro alemán es el que dio a conocer al mundo las construcciones neolíticas de Göbekli Tepe en Turquía y, para nuestra vergüenza, como no recordar que fueron arqueólogos franceses los que sacaron a la luz la Baelo Claudia de Bolonia e impidieron que los lugareños continuaran usando las columnas romanas para construir sus viviendas o, por ejemplo, como no abochornarnos del abandono en que Washington Irving se encontró la Alhambra de Granada, habitada por vagabundos y sirviendo de corral para cabras. La cultura le debe mucho a los ladrones.

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