Apartada del centro histórico de Berlín se encuentra la Gemäldegalerie, una de las mejores pinacotecas de Europa que, sorprendentemente, es muy poco visitada por los turistas. Además de poseer notables colecciones de maestros holandeses y pintores italianos del Renacimiento, destaca por exhibir las más completa colección de los maestros alemanes del XIV al XVIII. A estos pertenece Lucas Cranach el Viejo que, aunque más conocido por su famoso retrato de Lutero expuesto en la galería Uffizi de Florencia, tiene aquí una de sus obras más singulares: 'La fuente de la juventud'. En el centro de la pintura vemos un estanque con una fuente y jóvenes doncellas desnudas chapoteando en el agua; en el lado izquierdo observamos como personas viejas y decrépitas se acercan a la piscina en carros, camillas o incluso en brazos de sus allegados, los depositan en el mágico líquido y allí sufren una metamorfosis para salir por el otro lado con cuerpos tersos y bellos rostros y acceder a una verde pradera donde comen, bailan y se entregan a los placeres amorosos. Cranach tenía 74 años cuando pintó el cuadro y quizás intentaba reflejar lo que tanto ansiaba para si en ese momento: una vigorosa longevidad o aún mejor… la inmortalidad.

Lo novedoso de los ancianos modernos respecto al provecto Lucas Cranach es que, deseando la eterna juventud tanto como aquél, no fían la cuestión a la utópica inmersión en una fuente de agua milagrosa que les devuelva el lustre y las energías perdidas, sino que pretenden lograrlo por el sencillo método de imitar a los jóvenes cultivando la inmadurez propia de la adolescencia. Apoyados en los avances de la ciencia que, con indudable éxito, disimulan los estragos de la edad (liftings, prótesis, injertos capilares, inyecciones de toxina botulínica…), adultos y ancianos aspiran a sortear la decadencia inherente al paso del tiempo tratando de preservar la juventud a cualquier precio. Se imita la apariencia (tanto física como intelectual) de los jóvenes y así se viste con ropa desenfadada e informal -camisetillas serigrafiadas y vaqueros agujereados-, se apuntan a piercings y tatuajes, aplauden las músicas y bailes de moda, emplean la jerga de los adolescentes y son adictos a los videojuegos y fanáticos de las películas de superhéroes o los libros de Harry Potter. Al contrario que antaño, estos adultos rejuvenecidos pierden su condición de figuras con autoridad capaces de ofrecer orientación y transmitir conocimientos a su comunidad. Como padres suelen ser nefastos al intentar convertirse en los mejores amigos de sus hijos, al pretender ser más sus colegas que sus progenitores. Ni son de la misma edad, ni tienen la misma madurez ni pertenecen a la misma generación. Hacen el ridículo y además dejan a sus hijos huérfanos del más importante de sus referentes: los padres. Intentar preservar la juventud a cualquier precio conlleva renunciar a las cualidades que solo se obtienen con la edad: experiencia, sensatez y sabiduría.

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