Las guerras y las batallas decisivas son como faros que iluminan, el devenir de la Historia. Nadie recordaría, por ejemplo, el año 1212 si no fuera por las Navas de Tolosa, una batalla capital para la cristiandad. Desde el principio de los tiempos, con Herodoto, Tucídides, Jenofonte o Julio César, la historia militar siempre ha adolecido de un defecto: el sesgo ideológico del historiador. El hecho de que la historia casi siempre la escriben los vencedores, le priva de la siempre deseable objetividad. Otro rasgo importante es la óptica del escritor. Abundan visiones de los generales y los movimientos estratégicos, ocultando las penalidades de los soldados en el campo de batalla. Este último tema suele encontrarse más en novelas, escritas por testigos de los sucesos. Por ello me sorprendió gratamente la lectura de los libros de Antony Beevor, porque como en un fresco espectacular, mezcla con maestría toda la información que posee del suceso, incluyendo las transcripciones orales de las conversaciones con los protagonistas. He disfrutado mucho siguiendo en el mapa los avances y retrocesos de los contendientes, a la vez que me enteraba del orígen de los movimientos y los detalles. Para que ustedes puedan hacerse una idea de lo que representa, recuerden los veinte primeros minutos de Salvad al soldado Ryan, que te meten directamente en el Día D. Lo que S. Spielberg consigue con la imagen, lo consigue A. Beevor con su pluma. Fue oficial del 11º Regimiento de Húsares del ejército británico y por ello tuvo acceso, tanto para la batalla de Stalingrado como para la de Berlín, a los archivos soviéticos, inaccesibles para los investigadores hasta 1991. De este modo, pudo renovar en profundidad la Historia militar y política de la II Guerra Mundial.

En estos días he recibido un regalo muy especial. Antony Beevor ha tenido la gentileza de enviarme un ejemplar de la decimoséptima edición de su Guerra Civil Española, cariñosamente dedicado. En la portada interior, con delicadeza británica, ha tachado su nombre y ha escrito simplemente "Antony". La circunstancia de que su hija Eleanor sea compañera de trabajo de mi nuera Francesca, en Londres, propició que le llegara mi admiración por su obra, que conozco casi en su totalidad. El título elegido es, además, uno de mis favoritos desde que lo leí en su primera edición en español en el 2005. Un autor que es capaz de criticar a Montgomery, uno de los suyos, en Arnhem, y a la vez, condenar con dureza la brutalidad del Ejército Rojo, en Berlín, merece la pena leerse.

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