El error de leer un libro

La palabra escrita lleva consigo un proceso de introspección, maduración y una intencionalidad nada gratuita

Le oí decir a José Manuel Caballero Bonald que una de las frases que más huella dejó en su ánimo de incipiente escritor fue la de Jack London al referirse que su principal error fue leer un día un libro. La llamada de lo salvaje o El lobo de mar permanecen como antiguos posos en mi memoria del niño que, como huida frente al hastío, las devoraba en ediciones baratas durante largos veranos monocromos. Hoy, 23 de abril, se me vienen a la cabeza cuando se celebra en la ciudad una microferia marcada por estos grises tiempos de pandemia.

El día del libro es algo más que una fecha o una excusa para tomar conciencia de su valor. La palabra nos define como animales racionales, pero la escrita lleva consigo un proceso de introspección, maduración y una intencionalidad nada gratuita. Leer necesita tiempo, reposo, dedicación y participación, aunque en los momentos actuales priven los mensajes cortos y la inmediatez superficial, rápida y somera latente en las redes y en las sucesivas reformas educativas. Leer nos permite adentrarnos en universos alternos pero que nos ayudan a conocernos mejor, muestran perspectivas diferentes y despiertan el desarrollo de un espíritu crítico hoy poco valorado por los gurús mediáticos y los ámbitos del poder. Leer nos sugiere que dulce como este sol era el amor, que podemos perder el respeto a la ley severa o incluso escribir los versos más tristes esta noche. Leer nos muestra por qué Ana Ozores creyó sentir sobre sus labios el vientre frío de un sapo y cómo reaccionó Gregorio Samsa cuando una mañana despertó convertido en insecto. Leer nos permite descubrir Macondo y Yoknapatawpha, el Tánger de Juanita Narboni o el Peñón de Héctor Licudi. Leyendo nos adentramos en La Habana para un infante difunto o en el Manhattan de John Dos Passos; en el Madrid de Galdós o la Barcelona de Marsé. Leer nos hace saber lo que sentía un poeta en Nueva York o un marinero en tierra, nos recuerda que la sombra del ciprés es alargada, que puede arder el mar y que las escaleras tienen una circular historia. Leyendo sentimos cómo Manuela contempla la Argónida con sus ojos de gato y que hubo verdaderamente un tiempo de silencio; intuimos que se puede consagrar la primavera y que la verdad, como en el caso Savolta, tiene más de un camino. Por todo ello, no podemos reducir un solo día para el libro. Más que nunca, debemos reivindicar la lectura para conocer, saber, sentir, recrear y, sobre todo, para afirmar, con Don Quijote, que la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Vivimos en unos tiempos en que leer casi se ha instituido en un acto de rebeldía contra el adocenamiento social y cultural; por ello, no está de más cometer el error de leer libros.

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