Vivimos en un territorio donde los hitos han marcado su honda historia y muchos han formado parte del subconsciente colectivo desde el tiempo de las primeras fábulas. A las orillas de una bahía junto a la que se situaba todo un fin del mundo, arribaron desde antes de que se le diera forma a la historia expediciones desde oriente en busca de lo que carecían. Aquí se ubicaron dos estelas que acabaron siendo las columnas que Hércules inmortalizó. Dos montes de caliza: Abyla y Calpe, dieron forma a la leyenda y se convirtieron en metafóricos fustes que custodiaban vías de comunicación cuya prohibición evidenciaba su uso. No son estas las únicas elevaciones que guardan claves para conocer nuestro pasado; abundan otros oteros cuyas entrañas merecen ser desveladas.

Últimamente se han hecho públicos los hallazgos y conclusiones recogidos en un riguroso estudio que, sobre el complejo arqueológico del monte de la Torre, ha efectuado el equipo formado por José Luis Portillo, Rafael Jiménez-Camino, Cibeles Fernández Gallego, Darío Bernal Casasola y Aurélie Eïd. Leyendo sus páginas se comprueba con interés cómo sobre sus laderas se sucedieron asentamientos desde un primitivo oppidum turdetano del siglo IV a.C, posteriormente romanizado, hasta una fortificación castellana rematada dieciocho siglos más tarde. El paisaje físico de la bahía es ahora bien distinto al que tenía durante los primeros poblamientos. La línea de costa se situaba mucho más al interior y la desembocadura del Palmones era un amplio estuario que se adentraba considerablemente.

Los primeros marinos que arribaron desde oriente podían navegar hasta los pies de ese monte de la Torre, de gran importancia geoestratégica. Era una elevación que cerraba la desembocadura del río por su margen derecha, frente al cerro del Ringo, que lo hacía por la izquierda y que también guarda en sus entrañas restos de un pasado repleto de información aún incompleta. Entre ambas colinas, en época romana se erigió un largo puente en el recodo conocido en la toponimia histórica como vado de los Pilares. Sobre él discurría la calzada entre Carteia y Baelo, que en el itinerario Antonino se marcaba con una etapa intermedia en Portus Albus.

El monte de la Torre no solo era un hito si se arribaba desde el mar, sino que desde su posición se controlaba todo el angosto valle del Botafuegos, el cual, a través del puerto de las Hecillas, comunicaba por el abierto valle de Ojén con el territorio de la Janda. Este determinante corredor, por el que transcurría el histórico camino de la Trocha, posee otro importante hito en su extremo occidental, al otro lado de los valles: el cerro de la Torrejosa, con una fortificación medieval rodeada de tumbas antropomorfas, cuyo estudio con rigor podría ayudar a resolver más cuestiones que subyacen en este territorio plagado de montes donde tan necesario es seguir profundizando en sus entrañas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios