Desde mi pupitre

Pedro, el Cura

Nadie ha movido al gaditano de sonrisa cómplice y mirada inteligente que recibió como destino una barriada periférica

El cura de mi barrio dice que es "una persona normal, que procura hacer las cosas bien cada día", pero quienes lo conocen bien sabe que es una mijita más. El cura de La Piñera lleva 45 años en el barrio, algo raro porque los párrocos, como los militares, están sujetos a la movilidad que dictan obispos y generales. Pero nadie ha movido al gaditano de sonrisa cómplice y mirada inteligente que recibió como primer destino una barriada periférica, joven, llena de vida e ilusiones, pero también de problemas, que pronto se vio brutalmente sacudida por la heroína y el sida.

En los años 60 y 70, los seminarios españoles largaron hornadas de sacerdotes imbuidos del espíritu del Concilio Vaticano II, impulsado por Juan XXIII para procurar el aggiornamento de la Iglesia, una actualización imprescindible cuando ya perdía el tren de la modernidad -como vuelve a ocurrir hoy. Esos muchachos recién ordenados pedían destinos en barrios obreros, entre gente humilde y trabajadora, donde entendían que más necesaria era la proclamación del mensaje de esperanza de Jesucristo. Pero no para aceptar como ovejas obedientes las injustas situaciones heredadas, sino para convertirse en instrumentos de transformación social, compartiendo sus vidas sencillas y sus problemas cotidianos, e incluso acogiendo en las parroquias reuniones sindicales clandestinas o actividades sociales rompedoras.

Por eso eran -son- tan queridos esos curas que no llevaban sotana, que se arremangaban como el que más cuando las cosas venían jodidas y que hacían el bien porque estaban para eso. Simplemente.

La bondad se disfraza en realidades diversas y, en nuestro caso, se confunde con la figura de Pedro, el Cura. Buena gente que no hace caridad, sino que comparte; empeñada en que su Cáritas parroquial actúe con estricto respeto a la dignidad de los más desafortunados, que nunca han de guardar cola, sino que acuden a citas; que acompaña en el rato crucial del tránsito al más allá, como el padre, el hermano o el hijo que no está.

Sueña con que La Piñera vuelva a ser una barriada como la que encontró al llegar hace tanto, con mejores oportunidades laborales, control policial del tráfico de drogas, viviendas dignas y donde se tiendan puentes para la convivencia de inmigrantes y autóctonos. Uno de los instrumentos que durante décadas cuidó con mimo como medio de transformación social en el barrio fue el Movimiento Scout, ONG en la que se manejaban con soltura los términos de coeducación, ecologismo y pacifismo que resultaban aún extraños en la España que entonces despertaba a las libertades. Él gusta de recordar las palabras de tantos jóvenes que le susurran: "Gracias al grupo scout, yo no caí en la droga".

Algo así es Pedro Gómez, el cura Pedro, nuestro inminente hijo adoptivo de Algeciras.

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