Algeciras renació del olvido en el siglo XVIII, como tierra de acogida para algunos exiliados del Gibraltar tomado por los enemigos de Felipe V en 1704 y para gentes de las sierras malagueñas atraídas por las oportunidades que ofrecía el Campo de Gibraltar.

Era una típica ciudad de frontera, como todo el territorio del Estrecho. De ello daban testimonio las ruinas del medievo sobre las que se levantó la nueva población, los vestigios romanos que aparecían a poco que los arados arañasen sus fértiles tierras, y las viejas almenaras de vigía que advertían de la llegada de piratas berberiscos.

Ese espíritu indómito y fronterizo estaba representado, muy especialmente, por la gente del mar. Los terratenientes se encargaron enseguida de marcar con su impronta tradicional y conservadora a la nueva sociedad mediante el control de la tierra, la principal fuente de riqueza del Antiguo Régimen. Así se perpetuaban las formas de vida y la organización estamental de siempre. Pero los aires de aventuras y desventuras eran cosa de marineros. Pescadores, comerciantes y corsarios conformaron la población de la parte baja de la ciudad, entre el río de la Miel y las playas que se asomaban a la piedra de la Galera y a la isla Verde. Allí, donde el arroyo se remansaba antes de fundirse en la bahía, junto al puente que conducía a la Villa Vieja, se levantó la Capilla del Santo Cristo de la Alameda, en 1776.

Dio acogida pronto al muy milagroso Cristo de la Piedad, a decir de la gente sencilla que pasaba a diario ante su puerta, entre el Hospital de la Caridad y la ribera portuaria. Resultó muy venerado entre la gente de la mar, que le dedicaban sus humildes exvotos para contar con el apoyo divino a la hora de embarcarse.

La capilla, popularmente denominada de la Alameda, se ejecutó en estilo barroco tardío, con una única y corta nave que enlaza con un crucero muy desarrollado. Quedó cerrada al culto, convertido en taller y recuperado por el Ayuntamiento con finalidad cultural.

El Museo de Algeciras ultima, ahora, una exposición permanente para presentar la Colección Antonio Viñas de Roa de fondos cartográficos y gráficos, cedida por su familia para el disfrute ciudadano. Consta, principalmente, de una notable selección de grabados centrados en la bahía de Algeciras y el peñón de Gibraltar, popularizados en Europa por los asedios del siglo XVIII.

La exposición mostrará, sobre la base de diversas piezas de esta preciosa colección y de una maqueta tiflológica, el atractivo entorno geoestratégico de la bahía de Algeciras en ese siglo XVIII, algunos de sus acontecimientos bélicos, la evolución de sus fortificaciones y la visión imaginada de Gibraltar. No deben perdérsela.

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