Comienza un ilusionante 2022, llegan los Reyes Magos… y ni caso al listado de peticiones que repetimos en la carta que les mandamos, manuscrita y en sobre sellado, desde hace ni me acuerdo.

Siempre les digo que vamos tirando, a pesar de la que está cayendo (todos los años tenemos algún lío encima, aunque este de la pandemia deja en pañales a los anteriores), pero que mantenemos la esperanza de que alguien se acuerde de tantos monumentos como se nos siguen cayendo. Que, cuando nuestra apresurada vida nos deja huecos para observar el magnífico entorno del que disfrutamos en el Campo de Gibraltar, siempre destacan las tareas por abordar. Algunas, con fecha de inicio en las agendas de las instituciones, pero, otras, sumidas en el olvido.

Es cierto que, en su momento, vimos adecentar la Escuela de Artes de Algeciras y restaurar debidamente el castillo de Tarifa, que Baelo Caludia sigue entre las preferidas de la Consejería y que la fortaleza de Jimena ha recibido algunas atenciones. Y que, ante la indiferencia de la administración competente, hay ayuntamientos que ponen manos a la obra y resuelven problemas, como el de San Roque con los restos de su Torre Quebrada (en Torreguadiaro); o los planifican, como el complejo de salazones de la calle San Nicolás de Algeciras o el cerro de Santa Catalina de Tarifa.

Pero, entre las olvidadas, quedan demasiados ejemplos: la torre del Fraile, el monumento algecireño más antiguo aún en pie que se sigue desmoronando sin remedio (y la del Rayo, la de la Peña, la de Torregrosa…); los fortines o búnqueres de la II Guerra Mundial, que continúan deteriorándose sin que se rentabilice su potencial didáctico y turístico; nuestro riquísimo patrimonio de arte rupestre, que permanece desconocido, minusvalorado y desprotegido; convertido en ruinas el que hubiera sido magnífico museo temático de nuestras baterías de costa, con la emblemática de Paloma Alta cada día más deteriorada; los molinos harineros, con magníficos ejemplos como el del Águila, en el río de la Miel, y otros muchos en toda la comarca, que continúan desmoronándose sigilosamente ante la desidia general; los elementos de arqueología industrial, que habrían de servir para explicar la historia económica de nuestros pueblos y su evolución tecnológica, como la fábrica de harinas de San Luis o de Bandrés, la industria del corcho o los grandes cortijos abandonados; los fuertes artilleros del siglo XVIII, de los que solo se ha recuperado el de la Isla Verde, por iniciativa de la APBA, mientras se destruía impunemente Fuerte Santiago (Algeciras, 2001-2003) y permanecen olvidados y en ruinas los de El Tolmo y San Diego; y, por acabar por ahí, la impresionante isla de Tarifa, que puede quedar desvalida cuando, por fin, se desmantele el CIE.

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