En el transcurso de la reciente Convención nacional del PP, el escritor Mario Vargas Llosa disertó sobre los riesgos que conlleva para la salud de las democracias el modo de votar de los electores. El premio Nobel de Literatura apoyado probablemente en su experiencia personal como antiguo candidato a la presidencia del Perú y en el indudable conocimiento de la realidad política latinoamericana que transmiten sus obras ("Conversación en La Catedral", "La fiesta del chivo", "Tiempos recios"…) sostiene que tan importante como la libertad de poder ejercer el derecho al voto es el saber hacerlo con conocimiento de causa, esto es, afirma que el hecho de "votar bien" o "votar mal" se constituye en una circunstancia crucial para determinar el futuro de los países. Vargas Llosa se refería implícitamente a naciones como Venezuela, Bolivia o el propio Perú donde, a su juicio, sus electores están pagando muy caro el haber apoyado a lideres populistas de izquierda. Como era previsible son muchas las voces que se han lanzado al cuello del peruano calificando sus declaraciones de deleznables y antidemocráticas al entenderlas como la afirmación de que solo valen su voto y el de los suyos. Sin embargo, bajo todos esos exabruptos (muy escasamente argumentados) subyace, por así decirlo, una verdad incómoda y es que en la política, como en casi cualquier ámbito de la vida, saber elegir es esencial y para saber elegir es muy recomendable tener una buena educación y haber recibido (con provecho) una buena enseñanza, en definitiva contar con una buena base para poder distinguir el grano de la paja y así desenmascarar con relativa facilidad a los políticos charlatanes devenidos en la versión moderna de los vendedores de crecepelo del Far West. Vargas Llosa percibe la "formación" de una gran parte de los votantes de la misma manera que entendía la alfabetización el "Señorito Iván" (Juan Diego) en "Los santos inocentes". Con ocasión de una comida en honor del embajador francés y para demostrar que los españoles ya hemos salido del ancestral atraso del que se nos acusa en el extranjero, el señorito llama a tres de sus jornaleros para que escriban sus nombres advirtiéndoles de que "está en juego la dignidad nacional. "Paco el bajo", su esposa "Régula" y "Ceferino" los caligrafían con evidentes dificultades (la mujer de Paco incluso se santigua antes de emprender la tarea) y al terminar el señorito exhibe chulescamente ante la cara del embajador el papel con los inseguros trazos de sus siervos diciendo que hasta hacia dos días firmaban con la huella del pulgar. Para los señores del cortijo ese tipo de alfabetización (mal garabatear su nombre) era más que suficiente para unos campesinos acostumbrados a toda clase de ordenes y humillaciones. De igual manera los políticos se sienten cómodos con un pueblo adocenado, acrítico, hedonista y fácilmente manipulable. Quizá pronto la degradación de los partidos haga que sea imposible hasta "votar bien" y lo único que quede sea deslegitimar el sistema… no votando.

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