Pocos aforismos habrá tan conocidos como el que proclama que una vida plena exige tres cosas: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. La primera de ellas, se antoja una misión sencilla y en gran parte independiente de la voluntad del sujeto ya que, junto al instinto de supervivencia, el de reproducción es el más prevalente de los automatismos humanos y en consecuencia la irrefrenable pulsión de engendrar un espécimen que en el futuro nos reemplace ya "viene de serie" en el ADN (y por tanto convierte en superflua la manía de los modernos pedagogos de ocuparse en la escuela del apareamiento tanto o más que de la aritmética o la gramática). En cuanto al asunto de plantar un árbol está más relacionado con la oportunidad que con el deseo ya que se trata de un quehacer sencillo que solo requiere estar en el sitio y el momento adecuado para meter el plantón en el hoyo cavado exprofeso para contenerlo. Más peliaguda parece la faena de escribir un libro. Realmente es la única de las tres actividades que requiere de una cierta formación. En principio, hay que saber manejar la gramática y el vocabulario para lograr una redacción lo más aseada posible (estilo) y no menos necesario, es tener algo interesante que contar y, además, saber cómo hacerlo (estructura del relato, tiempo, espacio, punto de vista…) y, por último, hay que estar dispuesto a sobreponerse a la frustración que supone el enfrentarse a una página en blanco. Se comprende que -por lo menos hasta ahora- estos condicionantes disuadieran a la mayoría de la gente de plasmar sobre el papel sus vivencias o fantasías. Sin embargo, las nuevas tecnologías han revolucionado el mundo de la edición al punto de que cualquiera que, por ejemplo, se apunte a uno de esos cruceros que promociona "El Corte Inglés" puede después ver publicadas, sin esfuerzo alguno, sus fascinantes experiencias con el capitán de "Vacaciones en el mar" como si fuese el mismísimo Ismael de "Moby Dick". Y aunque se dice que un número infinito de monos aporreando máquinas de escribir durante un tiempo infinito terminarían redactando las obras completas de Shakespeare, la mayoría de estos libros de aficionados son tan infames que ofenden hasta al papel donde están impresos. Dentro de los escritores "repentinos" están los que quieren usar el ámbito de la literatura para aprovechar su notoriedad en alguna otra faceta. Así una concursante de "O.T." al publicar "La tinta de mis ojos" confesó con sorprendente sinceridad: "Nunca he hecho un libro en mi vida; yo no escribo, no se como hacerlo; siempre he tenido faltas de ortografía y nunca me he sabido expresar bien". Obviamente el libro de marras se lo encargaron a un "negro". El otro grupo -el más nocivo- es el de los que piensan que tienen talento y lo desparraman en soporíferos tochos que endilgan a lectores que suelen coger desprevenidos. Nos sobran niños y nos sobran libros, si acaso plante árboles… ¡la Naturaleza se lo agradecerá!

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