En la Roma de los emperadores era habitual que tras su muerte el Senado procediese a hacer balance de su gestión. Si valoraban como provechoso su mandato, se elevaban oraciones en su honor y se les incluía en el culto a los antepasados e incluso a aquellos que más engrandecieron Roma (como Augusto o Adriano) se les llegaba a deificar ("Apoteosis"). Si, por el contrario, su legado era considerado nefasto para el Imperio (Calígula, Cómodo o Nerón), los senadores repudiaban al difunto y decretaban la "damnatio memoriae" (condena de la memoria), esto es, la eliminación de todo cuanto pudiese recordar al condenado: estatuas, textos, pinturas, monedas... Siguiendo con la tradición romana en el siglo IX el Papa Esteban VI ordenó que el cadáver de su antecesor el Papa Formoso (que llevaba 9 meses muerto) fuese exhumado para someterle a juicio por sus pecados. Una vez desenterrado fue vestido con sus ropajes clericales y atado a una silla desde donde escuchó (sin objeción alguna) las acusaciones que se le imputaban. Formoso fue condenado, se le despojó de sus atributos papales y le cortaron los tres dedos (o lo que quedara de ellos) con que había impartido las bendiciones. Stalin fue otro ferviente partidario de suprimir de la historia a sus enemigos políticos (Trotsky, Bujarin…) eliminando todo rastro de ellos e incluso haciendo desaparecer su imagen de las fotos en que posaban junto al líder (práctica conocida como "vaporización"). Juan Carlos I, nuestro rey emérito, está en trance de ser sometido, en vida, a una "damnatio memoriae" en toda regla por mor de sus muchos devaneos amorosos y no pocas componendas financieras. Patrocinada por gente tan integra y honorable como los dirigentes de Podemos o Bildu, la iniciativa pretende que su nombre desaparezca de calles y edificios y que sus retratos y efigies se desvanezcan para siempre entre polvorientos legajos amontonados en olvidados despachos. Es verdad que desde los Reyes Católicos nuestros monarcas rara vez han dado la talla, pero también lo es que cuando, por fin, uno de ellos (Felipe VI) honra la corona portándola con dignidad y entereza, la izquierda y los separatistas (quizá la misma cosa) pretenden atacarlo de manera hipócrita a través de su casquivano padre. En el fondo el comportamiento de Juan Carlos es un reflejo del de sus vasallos. ¿Acaso no es en España donde un gobierno autonómico montó el fraude de los ERES; donde un sindicalista -según su madre- "tenía dinero p´asá una vaca"; donde se destrozaron ordenadores a martillazos para tapar los tejemanejes de un partido o donde el Honorable Pujol ha ejercido impunemente de alumno aventajado de D. Vito Corleone?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios