Llega septiembre y con él la normalidad. Días de nervios, ilusión e incertidumbres, de pupitres limpios y trenzas bien peinadas. Para muchos, recuerdos de olor a libros nuevos, de algarabía, de lápices por estrenar y un folio en blanco… Lo que entonces era la vida, un lienzo sobre el que escribir.

Llega septiembre y a la memoria vienen días de juegos y bocadillos con onzas de chocolate dentro, de caras nuevas y el patio del recreo para jugar con los amigos al elástico, a los cromos o a la comba.

Sin embargo, para muchos niños la vuelta al cole supone la vuelta a un calvario en el que el silencio, el aislamiento, la sensación de miedo serán su pan nuestro de cada día. Un pan duro y amargo, sin chocolate en medio. Yo he visto muy de cerca, con impotencia, esa cara de pánico.

Siempre ha existido, como la violencia de género, el acoso escolar. Una niña que conocí bien era señalada en el cole por sus kilitos más como la "albóndiga" de clase; que además rimaba con su nombre. Una gracia que a ella no le hacía reír, sino sufrir. Gracias al apoyo de su familia aquello quedó en cosas de niños. Hoy se llamaría bullying.

El acoso escolar lleva implícito además un agravante tan doloroso como injusto y es que la palabra de un niño -no sé por qué motivo- vale en ocasiones bastante menos que la de un adulto o, peor, que la de otro niño. Triste, pero cierto. El niño acosado o agredido no sólo debe ser un valiente para denunciar, sino que, además, debe convencer de que lo que dice es cierto y no producto de una rabieta o de su imaginación. Lo más penoso es que, como en el cuento del lobo, a veces se les cree demasiado tarde.

El colegio y el hogar son los lugares donde el niño debe sentirse protegido, valorado y respetado. Pero, en ocasiones, los adultos les fallamos porque sí, porque el silencio es el camino más cómodo y el mejor aliado de los que se divierten haciendo sufrir a otro. Tendemos a banalizar y suavizar, porque total, son cosas de niños ¿Quién no ha escuchado a algún papá restar importancia a un hecho luctuoso de forma tan sencilla? No, no es cosa de niños. La crueldad no se puede pasar por alto, porque los niños, como los adultos, vienen desde que nacen provistos del libre albedrío y de la capacidad de distinguir entre el bien y el mal. No es producto de la imaginación que unos niños le canten a otro mientras llora desconsolado frente a su tarta "cumplemierda feliz". Su hermano lo grabó todo. Entonces no había móviles, pero yo me sentí en ese niño llorar. La pregunta es qué harán ese centro o los papás de los cantantes para evitar que la crueldad de esos niños persista. Probablemente nada. Septiembre no es buen mes para todos. A quien corresponda.

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