Vámonos pa´la feria, cariño mío…" Sencillo, como lo era el mensaje de El Pali, relicario de la esencia del sentir folklórico andaluz. Andalucía se viste de primavera, se perfuma de rosa y jazmín, se pinta los labios, se pone el traje de gitana y sale a la calle dispuesta a vibrar al son de las ferias y romerías que ya pueblan nuestra geografía. Sí, hay ganas, muchas ganas de dejar atrás la pesadilla y de sacar del armario aquel vestido de flamenca de hace dos temporadas que nunca llegó a lucirse en el Real. En plena Feria de Sevilla, acabando Castellar, comenzando Los Barrios, esperando la de Algeciras, el frenesí de nuestra forma de celebrar la alegría de la vida ha vuelto para quedarse.

Atrás dejamos más de dos años de silencio, de incertidumbres, de oscuridad que hoy empiezan a ver el final del camino con miles de bombillas que anuncian el rumbo de salida que tanto hemos esperado para retomar la vida; el Alumbrao.

Comenzamos una etapa en la que toda la energía contenida se prepara para salir a chorros, como si de los locos años veinte se tratase. Un frenético deseo de disfrutar, de quemar los minutos a tope, que suele suceder a los períodos de contención. Vivir, soñar, salir sin mascarillas y, sobre todo, sin las UCI a rebosar, ya está a nuestro alcance. Al menos a nuestro alcance -diría yo- como una posibilidad sin restricciones legales. Distinto es que esté al alcance de nuestros bolsillos, porque el precio de la diversión crecerá este año de manera proporcional a los precios de la cesta de la compra, queramos o no. Si un paquete de magdalenas que valía poco más de un euro ahora roza casi los tres en el supermercado del barrio, no quiero imaginar qué va a ser del platito de jamón ibérico en plena feria...

Ahí, en medio de la feria, es donde más pagaremos todos. Pagaremos la cuenta mientras se pueda, valga lo que valga, porque la diversión no tiene precio, porque la vida son dos días y porque es mejor olvidar y vivir y disfrutar. Yo, la primera, que tengo ya mi traje de gitana a punto. Pero, no olviden. No olviden, cuando pidan ese platito de jamón que, como la luz, el combustible y la cesta de la compra, lleva adherido en la factura el recibo de una frágil sociedad que sigue tambaleándose en medio de la guerra y que permanece aún convaleciente de una pandemia.

Ya huele a feria, bailemos, pero sin dejar que el aroma embriagador de la vida normal nos haga perder de vista que la historia guarda memoria y tiende a repetirse. Nueva York, 1929. Mientras tanto, qué le vamos a hacer: "Vámonos pa´la feria, cariño mío". Carpe diem, hasta que el cuerpo aguante.

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