El poni feliz

Cuentos de estío: Los animales felices

Ilustración de 'El poni feliz'
Ilustración de 'El poni feliz' / ChatGPT

El tipo se metió en la conversación sin permiso, fue sorprendente porque jamás se le habría ocurrido pensar que en un rato hablaría con él y menos de esta materia, nada más y nada menos que hacerle un favor:

-Perdone, a mis niños les encantaría, joder, un poni, siempre han querido un poni... yo me podría quedar con él, ¿lo vende?

-No, por Dios, no es eso, es que como me voy fuera un mes y quien lo iba a cuidar resulta que no puede... buscaba a alguien, y enseguida...

-No, no, yo me encargo de todo; vivimos desde hace unas semanas ahí al final de la calle y tenemos un corral grande, los niños van a estar encantados, y allí tiene sombra y hasta me puede hacer el favor de comerse un poco de hierba, y mi mujer es amante de los animales.

-Sí, yo soy amante de los animales ⸺dijo ella confirmándolo⸺, no puedo ver cómo tratan algunos criminales a los bichos...

Estaba allí, la mujer estaba allí, no había reparado en ello.

-No sé ⸺para dentro todas sus dudas⸺... en fin, yo les alcanzo un par de alpacas de heno y...

-Corremos con los gastos, si hay algún imprevisto lo hablamos a su regreso.

Y le llevó el poni, los niños retozando a su alrededor, y el animal curioso mirando con ansia en derredor encantado.

-Claro, cuando quiera usted ⸺le contestó el hombre sobre su vuelta para recogerlo.

Y llegó y llamó a la puerta. No había orden y, menos, limpieza. El tipo no estaba, fue ella casi sin hablar la que le condujo al corral tras coger la llave del portalón de atrás. El poni le miró desde el fondo opaco de sus ojos; estaba flaco, famélico y lleno de mataduras, el pelo arrancado a trozos como si la tiña hubiera resucitado en él; miró a la mujer tintada de rubio y con gesto de pedir premura en la consumación del favor. Tuvo unas ganas horribles de llorar porque el animal parecía desplomarse en la súplica... fue a cogerle del ronzal y de la cuerda a la que lo ató un mes antes, y le costó despegársela del cuello: un hedor a tábido brotó de su pelo podrido y una carne verdosa agusanada le quebró la vista, gusanera que rodó hasta el suelo casi al mismo tiempo que sonaba el caño de vómitos de la mujer, y el poni dio un ligero traspiés.

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