En esta surrealista situación en que nos encontramos, llevaba ya varios días dándole vueltas a que había tenido antes, las mismas sensaciones. Algo así como una especie de "déjà vu" que no acertaba a situar en el tiempo. Una de estas mañanas en que estaba en la cama, venciendo el dilema de si levantarme o quedarme sobando un poquito más, total ¿qué más da?, me vino la inspiración. Déjenme que les cuente una historieta. Total, como por mi provecta edad soy paciente de riesgo, ahora se van a enterar que mi riesgo máximo es que les cuente una anécdota de la "mili". Tuve el honor de prestar mi servicio militar, en la Armada. Mi destino estaba en un Centro de Investigación de Enseñanza Naval que se encontraba dentro de la Escuela de Suboficiales en San Fernando. La corta dotación del Centro la formábamos, cuatro Jefes y Oficiales, un Brigada y la Marinería compuesta por estudiantes de diferentes carreras universitarias, dos delineantes y un jardinero. Completaban el equipo, un amanuense y dos maquetistas, profesionales. Un día hicimos una trastada, no recuerdo cual y nos arrestaron. Como en la Armada se custodian firmemente las tradiciones, fuimos llamados al despacho del Segundo Comandante que tras mandarnos firmes, nos leyó el artículo del Código de Justicia Militar por el que se nos condenaba a tres días de arresto y nos preguntó si estábamos de acuerdo. Entonces sucedió lo inesperado. Rafael que era estudiante de Derecho en Sevilla, pidió cortésmente permiso para hablar y le expuso al Segundo Comandante que el artículo por el que se nos castigaba era el 287, no el 289. Nuestro juez, sin levantar la vista del Código y con la misma voz cansina, le espetó: - Entonces, tiene usted razón: son dos días más. Los tres días encerrados, se convirtieron ¡en cinco!. Rafael, notó a la salida nuestras amenazantes miradas y farfulló algo así, como: Entendedme, no lo podía consentir, ¡yo soy un jurista!. Pepe el jardinero, le contestó con el aplauso de todos:- Tú lo que eres, es un gilipollas. Y lo dejamos correr. Aquellos días, sin ver la calle, fueron interminables porque además nos cogió un fin de semana, en medio. Sin prácticamente nada que hacer, matábamos el tiempo con charlas, lecturas y chupitos de brandy. Cuando al fin recuperamos la libertad, se vio una centella, vestida de blanco, pasar entre el Hospital Naval y la Escuela de Aplicación de la Infantería de Marina. Era servidor, buscando un abrazo y una caña de cerveza. Lo mismo que vamos a hacer todos, cuando esto acabe.

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