Durante mi caminata mañanera, algunas veces coincido con un fenómeno que no deja de sorprenderme. Los padres y abuelos que han llevado a sus hijos al colegio, dejándoles en la puerta del centro, se sitúan en una de sus tapias, no muy alta, para contemplar arrobados como atraviesan el patio de juegos, camino de las aulas. Permanecen allí, algunos de puntillas, como si se los niños viajaran a Oceanía y no los fueran a ver en mucho tiempo. Una vez que empiezan las clases, vuelven a sus quehaceres.

Contrasta el exceso de celo de los padres a esas edades y la poca atención que dedican a sus hijos adolescentes. Aunque todavía no tengan edad para conducir, ni para votar, ya pueden libremente emborracharse hasta el coma, en cualquier descampado de nuestras ciudades. Cuando pasan las tragedias vemos en los padres, expresiones de asombro. ¡Cómo pudo pasarle esto a mi querida hija, si ella no lo había hecho nunca!. Sin embargo, no hay que estar ciego para darse cuenta de anochecida, del montón de chavales que van con sus bolsas de plástico repletas de alcohol, hielo y vasos de plástico, camino del rito del botellón, esa ceremonia que permite que los jóvenes se conozcan entre ellos e interactúen. En las sociedades tribales un niño se hace adulto, tras pasar una dura prueba, pongamos sobrevivir en la selva o cazar una fiera. Aquí la adultez se concede según el número de cubatas que el neófito es capaz de ingerir, de una sentada.

No basta echar las culpas a los que venden alcohol a menores, ni quejarse de que la Policía competente no los denuncie, cuando encontrar en la ciudad un surtidor de alcohol, es más fácil que hallar la farmacia de guardia. Tampoco basta echar las culpas a la sociedad por no proporcionar a nuestros jóvenes, alternativas de ocio menos peligrosas. La llamada kale borroka se acabó en el norte, cuando los jueces hicieron responsables a los padres, de los desmanes de sus hijos. Parece que nada hay mejor para reflexionar, que tocar el bolsillo. La muerte de una chica de doce años y las circunstancias en que ocurrió, nos han conmovido a todos. Hay que cambiar esto urgentemente si no queremos que el dinero que nuestra generación dedicó a pagar la hipoteca de su casa, lo tenga que dedicar la generación actual a pagarse un trasplante de hígado.

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