En uno de los discos de Aguaviva de la serie Poetas Andaluces, escuché por primera vez, unos versos muy cortos del poeta malagueño Fernando Merlo, que bramaba más que decía: "Que no sean yo, me resulta insalvable". Fernando vivió peligrosamente, a lomos de un caballo desbocado, echándole un pulso a la parca, que perdió cuando, con una aguja clavada en su antebrazo, lo encontraron los amigos en su bar. No cumplió los treinta, pero dejó la que para mí es la mejor definición de intolerancia que he podido encontrar. Anda la peña agitada, como adolescentes con las hormonas en ebullición. En Semana Santa, una parte de la población se dedica a engrosar las procesiones, capirote en ristre, otra a contemplarlas entre el gentío, a pie o sentado cómodamente en una silla y otra que le trae al pairo tales actividades, cogen la maleta y se van de viaje. Quedan los de "como en casa, en ninguna parte" de butacón y birrita. Mas, como de todo ha de haber en la viña del Señor, aparecen, como las golondrinas en primavera, los piantes que protestan por todo, inundando las redes sociales y las "cartas al director" de los periódicos, con sus comentarios. No pueden soportar los cortes de calles, el paso de la Legión, las cornetas y tambores no les dejan conciliar el sueño y les molesta la cera en el pavimento. Proclaman a los cuatro vientos la bajada de pantalones del ayuntamiento con los cofrades y hasta el sonido de las campanas les resulta insufrible.

Hombre, no tengo yo tan claro que si el muecín llamara a la oración desde un minarete, en su mismo barrio, se sofocaran igual, aunque los bocinazos fueran a la hora de la siesta. Una lata es la Feria, para los que viven en el entorno del recinto ferial y sin embargo, todo el mundo es consciente de que por la diversión del resto de los ciudadanos, tan sólo esos días, merece la pena el sacrificio. Lo mismo puede decirse del Carnaval o de otros acontecimientos. El talibán fija su postura y de ahí no se mueve, aunque le ofrezcan razonamientos sensatos. El nivel de debate sobre las cosas sencillas está bajo mínimos. Ahora resulta que fascista lo puede ser cualquiera, porque es el insulto de moda. En el momento que alguien llama fascista a su adversario, se acabó el debate y nos convertimos en el piante de las procesiones. Bien nos decían nuestros maestros que el que insulta, pierde la razón. A lo peor resulta que la formación permanente en el arte de la bronca que se imparte a diario desde Sálvame De Luxe", está teniendo un efecto educativo, entre la ciudadanía.

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