Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

Ni blanco ni rubio

Los refugiados se dan de bruces con la realidad y sesienten incomprendidos, defraudados, rechazados

No era blanco ni tenía el pelo rubio. Tampoco un apellido que nos fuese familiar ni unos padres con los ojos llorosos siendo entrevistados en los programas de televisión de la mañana. Quizá por eso no hubo un comunicado oficial por parte de las autoridades que informase del hallazgo del cadáver de Samuel, tras el naufragio de la patera en la que viajaba junto a un grupo de personas en el Estrecho. Todos murieron. Tenía seis años y su cuerpo fue encontrado en una playa de Barbate, dos semanas después de haber sido localizado en Tarifa el de su madre. La lista de fallecidos en esas aguas, como en otros puntos del Mediterráneo, es tan enorme que nos ha despojado de la sensibilidad necesaria para hacernos eco del drama de los refugiados que huyen de sus hogares por motivos económicos o de las guerras. Los medios de comunicación somos los primeros que debemos hacer examen de conciencia: no es precisa una foto como la del pequeño Aylán para dar más importancia a la noticia.

En el mundo hay 60 millones de individuos que buscan a la desesperada una salida para poder sobrevivir. Se trata de la mayor crisis a la que nos enfrentamos y las consecuencias de la inacción de los países civilizados quedan a la vista. Ahí están las pateras del Estrecho y los campamentos de refugiados sirios en Turquía, donde miles de ellos permanecen hacinados en tiendas de campaña en medio del barro, huyendo del ISIS, pero también del ejército de Bashar Al-Asad.

Europa no tiene una capacidad infinita para acoger a todos, es obvio. España solo ha dado asilo a 90 personas llegadas de los países donde surgió la mal llamada Primavera Árabe, pero en el caso de Alemania la cifra se dispara hasta las 890.000, con consecuencias que difícilmente pueden prolongarse en el tiempo. Como haría cualquiera de nosotros, los refugiados huyen en busca de una mejor vida y caen en manos de la mafias que les prometen ayudas, trabajos y casas en Europa, hasta que chocan de bruces con la realidad. La diferencia cultural es también demasiado fuerte. Es una población con escasa formación académica y laboral, de costumbres muy arraigadas, totalmente contrarias en muchos casos a las de sus lugares de acogida. Se sienten incomprendidos, defraudados, rechazados. Algunos se radicalizan. Solo en Berlín las autoridades contabilizan a 750 afines al ISIS. Como réplica, los populismos y la ultraderecha avanzan. En Reino Unido, Alemania, Francia, Holanda, Italia, Rusia y el resto de países del Este hay partidos y hasta gobiernos xenófobos que defienden sin más el cierre de fronteras. Y ahora, Trump en EEUU.

Confesión de un diplomático experimentado: "Si la UE no refuerza sus principios fundacionales e invierte en cooperación internacional, estaremos simplemente en el preludio de una situación mucho peor".

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