He batido un nuevo récord. Espero mi diploma, un reportaje a página completa, que me inviten a dar la chapa en la radio o, en su defecto, una piececita de al menos un minuto y medio en el telediario. Porque, lector, anuncio orgulloso que he dado la vuelta al mundo en dos semanas. Anacrónica, sí, pero no puede esto hacer otra cosa que sumarme méritos porque, que yo sepa, nadie aún ha conseguido viajar en el tiempo.

He estado en el Marruecos de los 60, 70 y 80. He presenciado la mano bárbara de Hassan II en el Rif, donde el suntuoso monarca se aplicó el consejo de Maquiavelo: "Reprime fuerte, de una vez, sin temor, para evitar en el futuro represiones más pequeñas". He dormido sobre un campo de minas de la Segunda Guerra Mundial en la frontera con Argelia, sentido el éxodo de los pied-noirs (como se conocía a los europeos nacidos en el país, por el color negro de las botas del ejército francés de ocupación) tras su guerra de independencia, conversado y cenado con beduinos en el mar de infierno del Sáhara. He pasado por Túnez y tragado arena con el siroco libio.

He presenciado la cruenta batalla de El Alamein, donde el invencible Rommel pasó de dios bélico a humano. "Antes de El Alamein nunca habíamos vencido. Después de El Alamein no conocimos la derrota", dijo Churchill. Me han atracado varias veces en Alejandría, he dormido, desafiando a los demonios, a los pies de la esfinge de Giza. He pasado por Líbano, los turcos me han bombardeado en Chipre, he visto cómo Israel arrebataba Cisjordania al monarca Hussein, y cómo este se aliaba con su 'primo' Sadam en la Guerra del Golfo.

He estado en Siria, Irak, Irán, Afganistán, Pakistán, he sido testigo de cómo decenas de cadáveres flotaban en el divinizado río Ganges, en Benarés, para su purificación, y visitado los templos milenarios de Khajuraho, cuyas esculturas se dan por culo. Indira Gandhi me ha detenido acusándome de espía pakistaní. He entrevistado al Dalái Lama, conocido al sherpa Tenzing y recorrido Birmania, Tailandia, Indonesia, Australia, hasta llegar a Estados Unidos, volar a Francia y volver a España.

Qué extraordinario. Qué viaje. Es imposible, se dirán, hacer todo eso en dos semanas. Lean ustedes El camino más corto y lo entenderán. Déjense de programas de televisión, de Jesús Calleja, y sumérjanse en la travesía del papel. Ante la omnipresencia de lo audiovisual, todavía es hoy posible viajar con la imaginación. Temo, de hecho, llegado el caso, terminar visitando esos lugares que en mi mente perviven como una ensoñación y decepcionarme. No, hay viajes que solo otros pueden hacer por nosotros. Manu Leguineche se ha convertido en mi mejor amigo. Quiero darle un abrazo.

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