No es incompatible pensar que Pedro Sánchez exuda narcisismo por los poros de la piel y que tiene razón cuando dice que es conveniente acabar con los bulos y la desinformación. Dudo que alguien esté en desacuerdo con ello. Lo que ocurre es que la constante política del yo del presidente embarra un cometido ético. Cuando dice que hay que acabar con los bulos y la desinformación –alguna no tan des– se refiere a que hay que acabar con los bulos y la desinformación que le afectan a él.

Sánchez quiere liderar la “regeneración democrática” de España sin que sepamos muy bien qué es eso. La primera piedra la puso el lunes tras un soliloquio de adolescente enrabietado en el que no aceptó preguntas porque cada coma que escribe y cada sílaba que pronuncia es para él un axioma. El segundo pedrusco lo colocó esa misma noche cuando dijo que había tenido que escuchar que Feijóo dijera que su mujer tenía que quedarse en casa y no trabajar. Bulazo gordo. El presidente desea que de su proceso de saneamiento democrático participen todas las fuerzas políticas cuando introduce en la máquina del fango a siete millones de españoles. Estoy convencido de que, si pudiera, como ya hizo Maruja Torres, diría que todos los votantes del PP son unos hijos de puta.

Así que Sánchez inicia su particular transición limitando el derecho del periodista a hacer su trabajo, contribuyendo a la desinformación y llamando cínicamente al entendimiento cuando hace ya tiempo que lanzó la bomba atómica al introducir en la fachosfera a media España y dejar claro que en su lado del muro que él mismo ha erigido solo se puede entrar si estás en lista, como en las discotecas. El presidente inicia, pues, la regeneración de su democracia. Derechos o derecha fue uno de sus lemas de campaña. En su cabeza es espectacular: quiere que los cinco días de reflexión que se ha tomado en un arrebato pueril se estudien dentro de 50 años como los cinco días que marcaron la llegada de una nueva era en nuestro país. Se ve a sí mismo como la libertad de Delacroix y esas 120 horas de parón hay que leerlas como una concesión que hace a los españoles y a los pasillos de las cumbres europeas en las que se pasea con las maneras de Cary Grant para que se imaginen la vida sin él. Su pataleo, como dice Ricardo Dudda, no buscaba una respuesta multitudinaria, sino ensanchar aún más la brecha. Se vio el sábado pasado, con ministros exacerbados y con los ojos llorosos en la máxima expresión del culto a un líder que, victimizándose, se ha cargado de razones que justifiquen todo lo que venga después.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios