Cuando una está cansada y parece que tu fuerza llega al límite, no hay nada que venga mejor que distanciarse. No solo mentalmente, sino físicamente; claro está que no siempre es posible. Son muchas las personas que viven atadas a su rutina cotidiana como Atlas a la Tierra.

Cuando una viaja no es solo conocimiento del espacio lo que obtiene, sino de los otros, con lo que la identificación de lo extraño, implica dejar tu mundo y ver una parte del resto que, siendo distinto, es tremendamente parecido al tuyo.

No es necesario que se dilate mucho en el tiempo. El filósofo Agustín García Calvo contaba que en un instante podía vislumbrar desde la ventana de su autobús a una mujer, en otro paralelo, que podría ser el amor de su vida. Yo puedo mirar a una terraza con macetas cuidadas con mimo y en una fracción instantánea de tiempo, seguir el diálogo imaginario de dos mujeres charlando sobre sus vidas. Lo que han hecho y lo que aún queda por hacer en el día. Pensar que son necesarias, pero nunca reconocidas. O abstraerme ante la belleza de un campo de amapolas, y recordar que esa emoción la sentiste junto a otras tierras cercanas a un campo desaparecido de Carteia con tan sólo cuatro añitos. Reconocerme en otros.

No creo en la historia cíclica, porque la multicausalidad de los factores es tan amplia que es casi imposible repetirse con el mismo algoritmo, pero sí creo en aquella que pueda coincidir en algunos puntos; por ejemplo, en la similitud de emociones que se dan entre los seres humanos. Quizás de ahí mi asombro ante aquellos que solo ven las diferencias entre nosotros y no lo que nos acerca.

La historia de la Humanidad, sin mayúsculas, la cotidiana, es ante todo la búsqueda de la felicidad, que no siempre consiste para todos en lo mismo. Unos la encuentran en cubrir cada día lo básico para sobrevivir; otros en acumular lo que ni en dos vidas terrestres podrán consumir; unas y otros en la maternidad o paternidad, aunque sea contra natura; muchos en ser aceptados, y la mayoría, lo que nos hace más humanos, es ser capaces de darnos cuenta de la belleza inigualable de unas montañas recortadas contra un cielo plomizo, o el sol centelleante sobre las aguas de la mar. Son vidas paralelas, como escribió Plutarco. Y en lejanas tierras unas de otras, sea un 14 o un 28 de mayo, hombres y mujeres tan distintos y tan parecidos votarán para que la vida les deje contemplar la hermosura de un amanecer en el que sigan deseando encontrar algo de tranquilidad.

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