María Zambrano en la “Ínsula” de José Luis Cano (I)
Instituto de Estudios Campogibraltareños
El algecireño José Luis Cano impulsó con la revista 'Ínsula' un ingente proyecto basado en la función de la literatura como base del conocimiento y la reconstrucción de la convivencia

José Luis Cano fundó la revista Ínsula junto con Enrique Canito, granadino, quien al ser expulsado de la cátedra tras la guerra civil, al parecer por sus ideas liberales y no ir a misa los domingos, había abierto una librería con este nombre en Madrid en 1943. Fue en 1946 cuando nació la revista que se vio pronto arropada por la tertulia y la editorial del mismo nombre. José Luis Cano ejerció de secretario hasta 1983 y luego, unos pocos años, como director hasta que pasó a desempeñar este cargo Víctor García de la Concha. En verdad, José Luis Cano fue mucho más que un secretario; fue quien puso el espíritu de aquel proyecto que aún perdura. Contamos hoy ya con buenos testimonios sobre quién fue aquel niño que nació en la calle Ancha, de espaldas a la Bahía a la que cantaría con el sentimiento templado del poeta que conserva la calma ante la belleza que proporciona un horizonte que parece cerrarse al frente y se abre a sus costados. Pero allí estaba el Sur; ese Sur aprisionado entre la Roca, artificio inglés, y el monte Hacho que abre al otro lado del Estrecho la inmensa África desde Ceuta hacia donde se desplazaban miles de magrebíes cada verano. Entonces inundaban la ciudad y ponían sus esteras cara a la Meca para realizar los preceptivos rezos. La secularización llega hoy a todos los ámbitos.
Y, sin embargo, cerrada la ciudad hacia el interior de la Península, Algeciras se convertía en lugar cerrado y abierto al mismo tiempo. Era una abigarrada ciudad industrial junto con San Roque y Los Barrios, una nueva Carteia, proveedora de acero, de petróleo y papel, un puerto marítimo que ejercía de frontera y aduana de productos y gentes en tránsito hacia Europa o hacia África, dejando su poso en el habla de las gentes de esa Algeciras que vivía bajo la figura de Almanzor y las murallas árabes acostumbradas a la interculturalidad, mucho antes de que esta palabra existiera. A esta gente, un punto tímida, amable hasta hacer a uno sonrojarse y generosa por convicción, pues creen que el mundo no podría construirse de otra manera, perteneció José Luis Cano.
Ínsula es la muestra de la magnitud de la obra de este hombre que contribuyó a disolver las asignaturas tradicionales y fundirlas en una sola que se llamaba España, pero una España tan ancha como carente de omnipotencia, tan plural como sus culturas y lenguas alcanzaban, tan solidaria como carente de solidaridad se manifestaba en ocasiones y sin renuncia a la necesaria unidad de tiempo y comunidad de sus regiones e idiomas que se apoya en un proyecto vinculado a la cultura, a las artes, a las ciencias y a la filosofía.
Mas, si este fue mi primer acercamiento a esta insigne y callada figura, de obra propia y muy importante, siempre al lado de quienes reconocía aún como más importantes que él mismo, le conocí de verdad cuando pude contemplar la bahía de Algeciras, tras haber leído los “Sonetos de la Bahía” (1940-1942), escritos por José Luis Cano al finalizar la guerra si no antes.
Claro que, para sentir así la luz que despeja las sombras poco a poco, hay que comprender que la Bahía como el Peñón al fondo son elementos fundamentales de laciudad, como la orilla en forma curva hacia Málaga que se cierra puntiaguda en Tarifa. Y la arena y el horizonte a veces abierto y a veces cerrado como elementos básicos para conformar un carácter y una forma de ver el mundo, hecha del frescor matutino cuando llega la brisa del suave levante y del calor acerante del duro poniente al mediodía.Es la pasión del mar. Así nos lo dijo Cano: “En tus orillas vivo y alimento una sed sin descanso, oh mar ardiente, y en los despojos de tu azul gimiente Pongo la abierta herida de mi aliento”.
Ha sido Algeciras, según relata Juan José Téllez en la Historia de Algeciras que coordinó Mario Ocaña, citando palabras del propio Cano en sus Memorias malagueñas, la ciudad que crea el ambiente espiritual para entender a su poeta, José Luis Cano.
Juan José Téllez, recordábamos, y bien recientemente Silvia Gallego nos permiten conocer bien a aquel hombre tímido a quien reconocemos tras sus grandes gafas de pasta. Personalmente me introdujo en su figura don Cristóbal que nos recibió en el local de la biblioteca y nos dio cuenta de todos sus conocimientos. Ahí nacieron dos artículos sobre la figura de José Luis Cano. Más adelante, la propia revista Ínsula le dedicó en 2015 un monográfico titulado “El mar que guardaba la isla: en recuerdo de José Luis Cano”. Pocas ideas podrían caracterizar mejor el sentido estético, moral y político que infundió José Luis Cano a su labor como poeta y como crítico literario.
Cuatro serían, al menos, las características de este proyecto central en la vida de Cano, si bien no fue el único pues dejó, además de sus colaboraciones habituales en la revista, una obra importante.
La literatura como proyecto nacional
En primer lugar, destacamos su contribución a la convivencia nacional e internacional poniendo la estética y el conocimiento al servicio de la moral social. José Luis Cano, como ha dicho Mainer, tenía una fe enorme en la literatura, que aprendió junto a poetas de su generación y la puso al servicio de un proyecto cultural que tenía una meta moral y política: la reconstrucción de España.
Su fe en la literatura –nos dice Mainer– era enorme. La concebía como la más alta expresión de la vida humana y como el lugar casi físico donde podían encontrarse los cómplices de aquella fe. Escribir, leer, leerse los unos a los otros eran los sacramentos, rigurosamente laicos, por supuesto, de aquel ejercicio de autodescubrimiento, reconocimiento y fraternidad.
Por ello, el valor radical que Ínsula, como expresión más consumada de esta convicción, coincide más con la idea de reconstrucción y de unidad que con la idea de “resistencia cultural” aunque se viera obligado a realizarla y así se percibiera inevitablemente por sus protagonistas durante más tiempo del deseado. Probablemente, el concepto de “insularidad” de tantas resonancias en nuestra historia, como decíamos, hiciera mención a esa concepción que María Zambrano expresara con referencia al Galdós isleño cuando le calificó de “don del océano”, es decir, alguien que, ante una crisis que le obliga a la emigración pacífica o le expulsa al exilio de manera más violenta, se repliega para soñar “la paz oceánica, es decir, sin fronteras”.
Su espíritu, en la España de 1946, bien puede considerarse opuesto al talante de los vencedores y más cercano a la idea que expresara Aranguren algunos años después: “Los españoles –también los intelectuales españoles– estábamos divididos. La guerra civil consumó esta división, pero no nos separó”.
Así pues, el primer objetivo de estos “inconformes” –no confundir con disconformes– entre los que se incluía el propio José Luis Cano, fue suturar heridas. Mas José Luis Cano añadió una sensibilidad que quizá otros, a los que se dirigía con sus palabras Zambrano en “La carta sobre el exilio”, no tuvieron.
Creo que, para él, los exiliados existieron siempre; es más, hizo mucho por incorporarlos a la vida pública española. Por eso María Zambrano había de venir a vivir en esa ínsula.

Se trataba, primero, de reconstruir lo que estaba dentro: regiones con distintas lenguas y culturas: Cataluña, Galicia, el País Vasco…; y lo que había quedado al otro lado: Europa y América, es decir, la cultura internacional y dar vida así al ideal de cosmopolitismo.
Constituye, pues, un proyecto muy importante para la construcción de la nación y la sociedad española, formar un “nosotros”, tal como ha ido desarrollándose desde los años finales de los cincuenta y durante varias décadas, pues en él interfieren, lógicamente, las posiciones mantenidas con otros países europeos y con América. Ínsula publicó dos números monográficos dedicados a las Letras Catalanas y a las Letras Gallegas. Junto a estos parámetros nacionales –la necesaria unidad de lo fracturado– siempre las referencias internacionales: Europa e Hispanoamérica, como decíamos. La información sobre las producciones culturales francesas e inglesas (principalmente) pero también las de Portugal han merecido en la revista una notable atención desde sus comienzos.
Dionisio Ridruejo, quien fuera jefe de propaganda de la Falange durante la guerra civil, y, después, opositor activo al franquismo hacia los años sesenta, nos dejó un análisis lúcido de esta situación en sus Casi unas Memorias literarias concretamente en el capítulo dedicado a Unamuno, Machado y Maeztu. Se refería a la actitud de las generaciones de jóvenes españoles que comenzaron a salir a Europa hacia finales de los años cincuenta (podemos indicar que tras la muerte de Ortega y Gasset) en búsqueda del magisterio no encontrado en España: “Por una parte [–decía Ridruejo–] se retorna a la vanguardia adánica que ni desea ni reconoce magisterios, aunque los use, y, por otra parte, la misma asfixia causada por la ruptura de la continuidad intelectual ha determinado una corriente de apertura mucho más cosmopolita, que busca nutriciones de actualidad y hasta de moda allí donde las hay. Los jóvenes escritores comenzaron a viajar hacia 1950 y volvieron de sus viajes, críticos y seguros con su nuevo bagaje. Puede decirse que el movimiento intelectual se ha hecho ya más de la época que de la nación y ello es, en muchos casos, saludable.” [Y añadía:] “nuestros abuelos del 98 estuvieron tanto en la nación como en la edad. Sus hijos y nietos vanguardistas se inclinaron de preferencia por la segunda dimensión”.
Debemos decir aquí que la propuesta de Ínsula, con José Luis Cano al frente, abogó, al tiempo, por la edad y por la nación. Esa es la virtud del inconforme que no hace banderías y, por ello, se abre a todos. Ni renunció al cosmopolitismo ni a la tradición nacional. Era esta una cuestión que afectaba no solo a la cultura sino a la vida política y a la convivencia que se intentaba reestablecer. Mas la consecución de este objetivo requería abordar otros dos: recuperar la tradición nacional perdida y derrotada, es decir, la liberal más que cualquiera otra pues basta recordar la descalificación de González Palencia hacia la ILE; y recuperar la obra y las personas de quienes se habían visto obligadas a exiliarse. Sacarles, pues, de la hoguera.
Aquí cristaliza, en mi opinión, ese primer significado de la revista: rehumanización desde la estética (finalidad ética del arte a la que se alude en distintos momentos en la propia revista) en cuyo proceso se incluye también a la ciencia; y reunificación de España superando cualquier nacionalismo de vuelo rasante en el contexto de una concepción de la cultura al tiempo normativa y plural, respetuosa con las tradiciones y cosmopolita. Y en este ideal coincidieron plenamente José Luis Cano y María Zambrano pues ella asignó a la literatura la misma función que José Luis Cano: dar testimonio de la multiplicidad como dimensión esencial del ser humano y oponerse a los totalitarismos.
Artículo publicado en el número 62 de 'Almoraima. Revista de estudios campogibraltareños'. Abril de 2025
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