Intercambiar Ceuta por Gibraltar: la loca idea de Primo de Rivera en la Academia Hispanoamericana de Cádiz
El general jerezano fue destituido como gobernador militar de Cádiz un mes después de ingresar en la entidad gaditana con un discurso donde defendió el trueque de ambas plazas
La Conferencia Internacional de Algeciras sobre Marruecos (1906)

Miguel Primo de Rivera (1870-1930), el archiconocido dictador jerezano que ha caído durante seis años consecutivos en la Selectividad de Andalucía, tuvo una idea "loca", o al menos inverosímil desde los parámetros actuales de la diplomacia y las relaciones internacionales: el intercambio de la plaza española de Ceuta por la plaza ocupada por el Reino Unido desde 1713, la colonia de Gibraltar.
Esta propuesta fue realizada en 1917 en forma de discurso cuando el jerezano, aun siendo gobernador de Cádiz, entró en la Academia Hispanoamericana, sita en la capital provincial. En el contexto de una casi finalizada Primera Guerra Mundial, con la caída del zarismo en Rusia y con la entrada del Tío Sam (Estados Unidos) a la contienda mundial; mientras España se mantenía en una "prudente" neutralidad, a caballo entre la voluntad y la falta de capacidad para afrontar una batalla de tal magnitud tras haber perdido sus últimas colonias en 1898: Las Filipinas, Cuba y Puerto Rico.
No obstante, España mantenía al sur, en el actual Marruecos, un protectorado, fruto de las negociaciones realizadas en la Conferencia de Algeciras en 1906. Una zona de difícil dominio debido a la geografía y una población no dispuesta al sometimiento de un "poder ajeno". Este hecho hizo que muchos se replantearan si valdría la pena mantener esas posesiones coloniales -y aun el Desaste de Annual estaba por llegar, en 1921-. Tales fueron los casos, entre otros, de Melquiades Alvarez o Santiago Alba, pasando por Unamuno y Ramiro de Maeztu. También, en ese año se vivía en el seno del Ejército (las Juntas Militares) un estado de tensión interna a causa del sistema de ascensos por méritos de guerra, en contra de aquellos que entendían el escalafón como el único criterio a seguir. Es en este contexto donde se enmarca la propuesta del II marqués de Estella: Miguel Primo de Rivera.
Un discurso muy polémico
En un contexto así, el 26 de marzo de 1917 el general Miguel Primo de Rivera, gobernador militar de Cádiz, pronunció su discurso de ingreso como miembro de número en la Real Academia Hispanoamericana. Elegido el 15 de mayo del año anterior, venía a ocupar el sillón número 21 que había quedado vacante desde 1915 por el fallecimiento de Cayetano del Toro, fundador precisamente de la Academia. En medio de una gran expectación, la ceremoniosa función se desarrolló en el Salón Regio de la Diputación Provincial de Cádiz, totalmente lleno de público, agolpado también fuera en los pasillos anexos. Presidían el gobernador civil, José Sánchez Anido, y el director de la Academia, Pelayo Quintero Atauri, con la presencia del alcalde, Manuel García Noguerol, diputados a Cortes, vicario general en representante del obispo, cónsul de Francia… resultando imposible, según ‘Diario de Cádiz’, “citar más nombres, por no recordarlos a pesar nuestro”. En principio, pues, se trataba de un acto de ingreso más de la Academia dentro de la solemnidad acostumbrada, si no fuera por la enorme trascendencia que dicho acto iba a tener al traspasar el ámbito puramente académico.
Ataviado con el uniforme del regimiento que había mandado años atrás en Melilla, comenzó su discurso, ‘La recuperación de Gibraltar’, repasando los antecedentes históricos que originaron su pérdida, pasando a continuación a analizar nuestra presencia en Marruecos, calificándola de “dispendio ruinoso” que tanto “cuesta y preocupa a España”. Lejos de la Península, además, y fuera de los circuitos directos de abastecimientos, consideraba que nuestras tropas no se encontraban siempre “facultadas para proceder dentro de los principios del honor y de la técnicas militar”. Para colmo, a pesar de los esfuerzos de todo tipo desplegados en este territorio “pobre notoriamente”, no se había logrado en los últimos diez años conseguir jamás el afecto de sus habitantes, que “solo están sujetos por el temor o la continua dádiva” y sin, por el contrario, muestra alguna de fidelidad o gratitud hacia España.
Esta denuncia explícita de la situación en Marruecos no supuso ninguna sorpresa, dada la consabida reticencia del general a la presencia española allí. De paso, también puso de relieve lo que consideraba un claro abandono de las comunicaciones de Cádiz con Algeciras, abogando por una línea de ferrocarril, por la mejora de las carreteras del Campo de San Roque con Málaga, así como por la petición de un puerto franco para Ceuta.
Con todo, el punto más polémico de su discurso fue su propuesta de entablar negociaciones con el gobierno británico a fin de permutar Gibraltar por Ceuta, como una forma de “arreglo equitativo” para recuperar el Peñón para España. Asimismo, en su intento por buscar un argumento justificativo, Primo de Rivera insistió en recordar que “es en Inglaterra donde primeramente se ha tratado la devolución de Gibraltar a España”.
En la respuesta de rigor, como correspondía al protocolo de la Academia, el cónsul de Colombia, José Manuel Pérez Sarmiento, historiador y jurisconsulto, se deshizo en elogios hacia el discurso del nuevo académico, “completo y oportuno”
La destitución de Primo de Rivera
Como es de suponer todo aquello levantó gran polvareda y una, no menos, apasionada controversia, que, naturalmente trascendió fuera de los muros de Cádiz. Alfonso García de Polavieja, II marqués del mismo nombre, en el diario ‘La Nación’, de tendencia germanófila, expresó su desacuerdo con la propuesta de Primo de Rivera, pues supondría para España “perder su porvenir en Africa” y para Inglaterra intensificar su presencia en toda aquella zona. Por su parte, el corresponsal de ‘Diario de Cádiz’ en aquel acto señaló que el discurso “tiene migas” y que el general no se había andado con rodeos, “demostrando arrestos”. Seguidamente, a través de sus páginas se sucedieron toda una serie de réplicas y contrarréplicas, empezando por la del propio cónsul colombiano, Pérez Sarmiento, que alabó “el patriotismo” de Primo de Rivera y su ansia por la restitución de Gibraltar, todo lo cual, escribía, “es bastante para justificar su discurso”.
En cambio, hubo otras manifestaciones en sentido contrario y que, en el fondo, no eran sino un reflejo más de la opinión pública de entonces, dividida entre aliadófilos y germanófilos. Tampoco faltaron quienes quisieron implicar en la polémica al propio director del Diario, Federico Joly Velasco, que, desde el primer momento, dejó bien claro que no deseaba participar en ningún tipo de debates. En un artículo suyo de 30 de marzo, con ánimo esclarecedor, alegando a su cargo y a su edad provecta, pidió que “no asocien mi nombre a homenajes y ni suscripciones”.
Finalmente, Primo de Rivera fue cesado en abril como gobernador militar de Cádiz por el gabinete que presidía el conde de Romanones, con quien nuca guardó buena sintonía. Para mayor ahondamiento, Romanones siempre se mostró partidario de la entrada de España en aquella Guerra Mundial, llegando a afirmar que “hay neutralidades que matan”.
Curiosamente, aunque tampoco extrañó, la figura de Primo de Rivera despertó, a raíz de ese momento, grandes simpatías, habiendo quienes ya le veían como diputado por Cádiz o, incluso, futuro ministro de la Guerra. De todas formas, la historia volvería a repetirse en 1921, siendo ya gobernador militar de Madrid, cuando afirmó que, desde un punto de vista estratégico, “un soldado más allá del Estrecho es perjudicial para España”, lo que le acarrearía ser destituido, de nuevo otra vez, en dicho cargo.
Las tiradas impresas del discurso
Como era preceptivo con motivo de su ingreso académico, Primo de Rivera encargó una impresión de su discurso (300 ejemplares), que pronto se agotó. Fue entonces cuando el 2 de abril, Joaquín Quero, redactor de ‘Diario de Cádiz’, que suponemos debió cubrir la información del 26 de marzo, solicitó el permiso del “caballeroso y heroico general” para hacer una reimpresión. Alegaba para ello que, por cada momento que pasaba, crecía el número de peticiones de un discurso del que ya no quedaban muestras. No solo editaría un folleto con el discurso propiamente dicho, sino que también añadiría un prólogo y dos apéndices con los artículos publicó el Diario los días 29 de marzo y 1 de abril.

En su respuesta, cordial y no exenta de cierta campechanía, Primo de Rivera reconocía que, efectivamente, no quedaba nada de la tirada inicial, “que me ha costado, amén, de conocidas contrariedades, 300 pesetas”. En consecuencia, puesto que no estaba en su ánimo ampliar ninguna otra, le aconsejaba al citado periodista que “haga lo que quiera y crea bien”. Incluso, no veía con malos ojos la inclusión del prólogo, donde, a pesar de sus lisonjas, “me da Ud. un buen palo”, que “acepto con la mayor simpatía”.
Joaquín Quero, pues, con la aquiescencia correspondiente y bajo el título algo menos conflictivo de ‘Gibraltar y Africa’, acabaría reimprimiendo el discurso del general con una tirada de 3.000 ejemplares, impresos en la imprenta de Álvarez, calle Feduchy 12, al precio de una peseta.
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