Alberto Rodríguez

argallego@europasur.com

Los veteranos

Hijos de otro tiempo, los veteranos asumieron mientras pudieron el reto de no rendirse frente a la tecnología

Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que en la redacción el humo del tabaco se podía cortar con un cuchillo. Un mar de ordenadores y teclados de color beige endurecía así un poco más su color mientras eran utilizados por varias personas cada día. En esa redacción -a la que me había incorporado hacía poco- sabía que mi jefe estaba detrás de su enorme pantalla de tubo porque emergía una columna producida, demasiadas veces, por varios cigarrillos prendidos a la vez.

Aquello de ser durante algún tiempo el benjamín del periódico tenía sus ventajas, como cierta paciencia de los superiores a la hora de las inevitables meteduras de pata (alguna antológica que contaré en su momento). Pero también una misión que nunca nadie me encomendó directamente pero que siempre asumí con gusto: ayudar a los veteranos.

Pepe Vallecillo, Paco Prieto y Antonio Rízquez eran los tres colaboradores que por aquel entonces tenían páginas semanales. Los segundos solían venir por las mañanas mientras que Vallecillo siempre aparecía los sábados a última hora.

"¡Niño! Por favor, ponme la Remington", solía decirme Vallecillo con una cálida sonrisa para que le encendiese un ordenador y le dejara el cursor justo en el primer carácter.

Vallecillo obraba en su página un buen rato y cuando consideraba que su texto estaba listo volvía a pedirme ayuda para guardar el documento. Después, con exquisita educación, se despedía de todos y marchaba hasta la semana siguiente.

Paco Prieto Pakopi reclamaba la atención de cualquiera que estuviera en la redacción por las mañanas con su habitual grito de guerra: "¡Periquín!". En su caso, siempre desconfiaba de que aquel largo email que acababa de escribir llegaría en apenas unos segundos a Brasil, donde tenía un familiar o allegado (no lo recuerdo). Y si se terciaba te invitaba a una cervecita en la vecina Casa del Mar, contigua a la redacción.

Y Antonio Rízquez, habitualmente cargado con una carpeta donde guardaba todos los recortes de aquello que le interesaba, demandaba ayuda con el encaje de algunas fotos en su página.

Hijos de otro tiempo, los veteranos asumieron mientras pudieron el reto de no rendirse frente a la tecnología para legarnos su sabiduría en páginas bastante tiempo más allá del que marca la edad de la jubilación. Ninguno de los tres está ya entre nosotros. Pero aún recuerdo con cariño que vieran en mí alguien en quien poder confiar con la misma humildad de un recién llegado a ese mar de ordenadores. Hasta siempre.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios