Contraquerencia
Gloria Sánchez-Grande
¡Ah, la tecnología!
Tendría que volver el tiempo oscuro para que la humanidad comprenda que caminamos en una barcaza agrietada en medio de la tempestad?
Los humanos cuando nos proponemos autodestruirnos somos infalibles. Parece que sadismo y masoquismo se convierten en estandartes que agitamos al aire en señal de victoria, como una conquista o reconquista de nuestros males más estables.
Y encima el narcisismo de pongamos por caso, cualquier jefe de sección o jefe de servicio, empresario, diputado nacional o parlamentario autonómico, que es capaz de agobiar a sus subordinados hasta llevarlos a las fronteras del suicidio. Solo saben manifestar sus pensamientos desde la maldad mas cutre, sin olvidar el egocentrismo como arma arrojadiza de gente mediocre que dejó de creer hace años en sí mismos y hoy quieren vengarse del resto de humanoides por sus frustraciones, fracasos e incapacidades cercanas a la inutilidad.
Y la vida sigue su curso, mientras el mundo se va hundiendo en el mar de las arbitrariedades, la falta de justicia y el desconsuelo de tantas personas cansadas de gritar: ”Nosotros existimos”.
Sus palabras no sirven de nada cuando chocan con oídos cerrados al dolor, con androides de rostro humano y corazón repleto de cables que te hacen tener una memoria artificial. La ausencia de sentimientos es un drama social que pasará factura en no muchos años.
El dominio del “mercado” ya arrasa existencias en lugares cercanos y lejanos de este planeta. “Para que nosotros vivamos mejor, otros tienen que morir” es el mantra que se ha impuesto. Lejos, muy lejos, queda el sufrimiento de hombres y mujeres que han perdido la palabra futuro sobreviviendo a un presente ominoso cargado de odio y desesperanza. Y la barcaza avanza en medio del oleaje de palabras duras, desagradables, agresivas. Poco importa que haya un peligro de hundimiento. Si esto sucede la culpa será del otro. Asumir responsabilidades por lo hecho y dicho no forma parte del comportamiento actual. No es moderno. La moda es el insulto y las malas acciones; destruir al adversario, si es posible físicamente, como si de una lucha entre mafiosos se tratase. En un ataque de cinismo, manifiestan su preocupación por la violencia social y juvenil.
Mientras tanto, fascismo y nazismo crecen ante la pasividad jurídica de los parlamentos.
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