Por montera
Mariló Montero
Vox y Quasimodo
Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender cuando tiene que llevar el coche al taller. Esto no lo escribió Gil de Biedma, y que me perdone el gran poeta, pero hay algo de tiempo que transcurre impío y de caerte del guindo en que nos aprieten las bujías y nos digan que a las ruedas delanteras le quedan un telediario. Mis padres llevaban el coche al taller y yo, de pequeño, veía en aquello una tediosa actividad de viejo, y hoy lo estoy haciendo y pienso en ese chavalín y le digo: “Vieja la playa, desgraciado”. Para matar la espera fui a tomar una cerveza.
El bar estaba regentado por dos sudamericanos que te servían una Mahou y de tapa te ponían unos tequeños, lo cual no es bueno ni malo, simplemente es. Abrí El bosque animado de Fernández Flórez, que en 300 páginas te hace amar más la naturaleza que el PACMA en 20 años de turra. La atención se me fue a una mesa de tres septuagenarios. Dos de ellos abrieron dos archivadores en los que se exponían sellos en forma de cinturón de campeón de los pesos pesados. Un cuarto llegó y vio que el tercero había pedido un Cola Cao. “¿Tú qué?”, le preguntó. “Que estoy con pastillas, Quino, coño”. Segundos después apareció un quinto que se me quedó mirando con ademán timorato. Levanté la mirada de un libro que ya solo estaba leyendo para los demás y comprendí que quería la silla sobre la que descansaba mi abrigo. Se la cedí disculpándome, pues me había convertido en ese tipo de persona que tanto odio porque ocupa con mochilas y bolsas lugares destinados a culos.
Pidió una cerveza y Quino lo celebró: “¡Tú sí!”, y cuando llegó el doble brindó con él y a Luis, que sostenía uno de los archivadores, le preguntó si tenía repe el sello de un gallo. A Tomás lo llamó su hijo y lo mandó a paseo: “Habla con tu madre, que es jueves y estoy con estos”. Hay algo maravilloso en que tu padre, con casi 80 años, te diga pesado sin hacerlo y te cuelgue porque está con amigos, en una inversión de papeles que, esto sí, demuestra que la vida va en serio. Quino contó un chiste machista que si lo cuento yo merezco que me encierren pero que en su vetusta boca cómo no se le va a perdonar; Santiago, el del Cola Cao, contó que su mujer estaba deseando quedarse viuda y todos rieron y Luis le dijo que entonces pidiese una cerveza y se dejase de pastillas. Me llamaron del taller. El coche estaba listo. Era una tarde en la que pensaba que iba a hacer algo de viejo, pero que acabó por demostrarme que en 40 años volveré a ser joven.
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