Alberto Rodríguez

argallego@europasur.com

Alarma y negocios

Ya confinados por la pandemia de la Covid-19 fuimos tomando conciencia de lo que pasaba a golpe de realidad

Seguramente todos ustedes recuerden como si fuera ayer qué estaban haciendo el día en el que se declaró el estado de alarma por la pandemia de la Covid-19. Fue el sábado 14 de marzo y aquella mañana el sol lucía muy luminoso sobre la Bahía de Algeciras.

Llevábamos unos días entre la incredulidad y el escepticismo en los que, sin terminar de creernos lo que estaba pasando pese a los avisos que nos mandaba Italia, les fuimos contando cómo poco a poco el país se paralizaba. Primero se aplazaron numerosos actos que estaban programados para el fin de semana; luego se acordó suspender las clases en todos los niveles educativos y, mientras tanto, era noticia que algunos comercios regentados por empresarios de origen chino donaran las pocas mascarillas que habían logrado importar a entidades como la Policía o los sanitarios.

Aquella mañana, les decía, lucía un sol radiante y decidí dar un paseo por la playa del Rinconcillo pensando que no la pisaría en al menos dos semanas (qué ilusos éramos entonces). A la vuelta intenté entrar en un supermercado para comprar algo de pollo para no gastar lo que tenía congelado. Fue imposible. Los pasillos estaban completamente arrasados mientras la gente corría como pollo sin cabeza en busca de papel higiénico o cualquier otra cosa necesaria ante la que se nos venía encima.

Ya confinados fuimos tomando conciencia de lo que pasaba a golpe de realidad. La gente moría ahogada mientras miles de personas se afanaban en tejer mascarillas caseras con lo que hubiera a mano; a muchos les tocaba despedirse de sus seres queridos sin poder velarlos o recibir el abrazo de consuelo de sus allegados y la mayoría vimos trastocados casi de un día para otro nuestro estilo de vida, nuestros salarios y nuestra relación con los demás.

Muchos vivimos el confinamiento en soledad; otros lo hicieron agobiados en minipisos sin balcones a los que poder salir para aplaudir a las ocho de la tarde y buena parte del país se jugó su salud para que no nos faltasen víveres en el súper, electricidad o gas en casa...

Y mientras todo sucedía, unos cuantos se frotaban las manos pensando en las comisiones millonarias a cambio de intermediar en la compra de mascarillas. Ojalá la Justicia llegue al fondo, caiga quien caiga, de esta indecencia.

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