
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Prohibido dimitir
Cambio de sentido
HACE muchos años asistí a una excelente charla de un activista español que trabajaba por los derechos humanos en la Franja de Gaza. Nos rogó a los presentes que, si queríamos colaborar con la causa palestina, descartáramos lo que llamó “volunturismo”. Y es que en los últimos tiempos había advertido cierto postureo en algunas expediciones de voluntarios a la zona, cuyas contradicciones engendraban realidades indeseables que nada tenían que ver con la ayuda humanitaria, y que flaco favor hacían.
En estos días de verano en que sentimos el clamor algorítmico en las redes –“En este perfil se condena el genocidio en Gaza”–, y cunden las imágenes de niños asesinados de hambre, así como las firmas para detener este holocausto; en estos días en los que (¡ave, Elisabeth Noelle-Neumann!) tanta gente se sube al carro del –ya era hora– relato vencedor hasta convertir en mainstream la repulsa al exterminio, y se reprocha a los famosos que no usen su influencia para pararlo; en estos días me estoy acordando mucho de aquel viejo activista propalestino.
Porque atención, señora, Narcisistas sin fronteras también ha desembarcado en esta causa: selfis en la playa con la kufiya por pareo, reels de poetas con foulard lanzándonos sus sentidos ripios, abanicos-sandía y camisetas con mensaje agotadas en Amazon, cuyos beneficios se destinan íntegramente al bolsillo de cualquiera. No critico –al contrario, desde octubre de 2023 llevo dando al aire voz de alerta– la movilización ante este genocidio en directo, sino que haya quien se lo unte de crema bronceadora, instrumentalizando para su autorrepresentación tanto dolor y fracaso de la Humanidad. Tan desolador resulta este extremo como el otro del cuadrilátero, donde pujan quienes miran el dedo en vez de la luna, y contemplan la indignación ciudadana con cara de qué sabrá esta gente.
Como si revolverse de veras contra la matanza de 61.000 personas fuera cuestión de ideología e ignorancia, en vez del fruto de estar responsablemente en el mundo, de ser parte de la única raza humana y de que se nos arda el alma al saber que, ahora mismo, niños iguales a los míos mueren bajo el fuego democrático de Israel. Ante esto no hay justificación que valga, espejito al que mirarme sin que se me caiga la cara de vergüenza, ni razón, palabra o segundo que perder.
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