Miles de turistas visitan a diario la Torre del Reloj de Berna, para contemplar su singular reloj astronómico construido en 1530 por maestros relojeros suizos y que además de dar la hora, el día, el mes, la fase de la Luna y la posición del zodiaco, deleita a los visitantes con un desfile de variopintos autómatas en las horas en punto.

No obstante, si el viajero es alemán y aficionado al fútbol se dirigirá antes casi en peregrinaje a una plaza situada frente al "Stade de Suisse" (el estadio de fútbol de Berna construido en el lugar que ocupaba el histórico "Wankdorfstadion" donde en 1954 se celebró la final de la Copa Mundial de Suiza). Allí podrá ver el reloj Longines y el marcador original de aquella final. El marcador reproduce el resultado final ("UNGERN 2- DEUTSCHLAND 3") y el reloj marca la hora exacta en que el alemán Helmut Rahn anotó el gol de la victoria. La Hungría de Puskas y Kocsis era la máxima favorita de aquel mundial. Llevaba 33 partidos sin perder y el año anterior en un histórico encuentro celebrado en Wembley había sido la primera selección capaz de doblegar a Inglaterra en suelo inglés (3-6). Se le conocía como el "Equipo de Oro" y ya en la primera fase del campeonato había derrotado a Alemania por 8-3. Por el contrario, el equipo alemán llegaba con pocas esperanzas de triunfo. Tras el final de la guerra, un país en plena reconstrucción no tenía infraestructura deportiva alguna y ni siquiera existía la Bundesliga, el futbol se limitaba a campeonatos locales (Oberligen). De ahí que a esa inesperada victoria sobre los todopoderosos magiares se le conozca como "el milagro de Berna".

No fueron, sin embargo, ni el santo patrón de Alemania, Bonifacio de Maguncia, ni la milagrera virgen de Altötting de Baviera (la "Virgen de Lourdes" de Alemania) los artífices del prodigio. Si acaso intervinieron lo hicieron colateralmente desencadenando un aguacero a la hora del partido que convirtió el terreno de juego en un lodazal que dio pie a la intercesión del verdadero autor del prodigio: Adolf Dassler. Más conocido por su apodo, "Adi" (de ahí el nombre de su empresa "Adidas") equipó a los alemanes con unas innovadoras botas de fútbol de tacos de aluminio intercambiables y ajustables. Con aquellas botas los jugadores alemanes lograban una mayor adherencia al embarrado césped y así a pesar de que los húngaros se adelantaron por dos goles, según avanzaba el partido tenían serios problemas para mantener el equilibrio. Su superioridad técnica se vio compensada por su falta de estabilidad. Adidas logró el milagro y aquel triunfo además de tener un efecto estimulante tras una dura posguerra, supuso el comienzo de la leyenda alemana en los Mundiales.

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