Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Conspiración?
Hasta hace muy poco, la “carta” era una forma habitual de relación entre las personas y escribirlas no solamente comportaba una necesidad, sino también un arte. Virginia Wolf llegó a decir que escribir cartas era “el arte más humano, ya que hunde sus raíces en el amor a los amigos”. Bastantes años antes, en 1782, Pierre Choderlos de Laclos había elevado la escritura epistolar a las cumbres de la literatura francesa con su novela “Les liaisons dangereuses”. Probablemente solo nos vengan a la memoria sus entretenidas adaptaciones al cine, pero no se debería dejar de leer el texto original en el que se sustancia el subtítulo, “Cartas recogidas en un círculo social y publicadas para la instrucción de algunos otros”, porque de esa forma no solo se disfruta del argumento, sino de la exquisita redacción, la gracia, la complicidad y la picardía de las cartas que ficticiamente se cruzaron Merteuil y Valmont.
No ha habido otra forma tan extensa y accesible de comunicarse durante siglos: cartas de amor, memoriales, de petición, familiares, de comercio o de recomendación… A lo largo del siglo XIX y buena parte del XX proliferaron los manuales para la redacción de cartas, que circulaban entre las clases alfabetizadas y que, fundamentalmente, se amontonaban sobre la mesa de los “escribidores de cartas”. Mi abuela me lo contaba. Como ella no sabía escribir, en su juventud, dependía de estos escribidores a sueldo a los que ella explicaba lo que quería transmitir. Conservo las preciosas cartas que mi abuelo le escribió desde el frente durante la infame guerra de Marruecos y no puedo ni imaginar cómo serían las contestaciones según modelo, edulcoradas y formales, que ella se vio obligada a remitirle. En cualquier caso, no hay nada más hermoso que una carta de amor. Se las pierden los del whatsapp apresurado, el X cortito y la estereotipada expresión de amor en el Facebook cada aniversario.
Una buena carta exige tiempo, pensar con profundidad en la persona receptora, meditar el mensaje, escribirlo, repasarlo y corregirlo. Importa el fondo tanto como la forma. Escribir una carta es comenzar algo con alguien para que esa relación nunca se rompa. Y no solo hablo de amor. Los archivos están llenos de cartas que se escribieron pidiendo una recomendación y que terminaron fraguando una duradera relación clientelar. También hay cartas para romper y, aunque necesariamente tengan que ser tristes, les asiste la obligación de ser, al menos, delicadas. Todas tienen la presunción de sinceridad e incluso las que mienten nos enseñan qué es lo que se quiere ocultar.
A veces los historiadores de ahora nos preguntamos qué será de los del futuro cuando no dispongan de nuestras cartas. Ellos no tendrán esa suculenta fuente de información y no sé cómo van a rescatar de las redes sociales algo que no sea pensamiento inmaduro, vómito agrio o bulo falaz.
No gustará a muchos, pero por todo esto la del presidente, acabe como acabe, ya ha entrado en la historia.
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