Vivir es un ejercicio complicado. Más aún, si las circunstancias te han situado en los márgenes de la existencia, un lugar en el que las esperanzas cada día se reinventan y se pierden. Causa dolor saber que hay personas que no pueden soportar el peso de la vida y eligen un final marcado por la desesperación y el sentimiento de abandono. En 2021 (a veces se confunde con 2020) se suicidaron tres mil novecientas cuarenta y una personas. Dos mil novecientas treinta eran hombres y mil once eran mujeres. Si como afirma la OMS, por cada suicidio pueden darse veinte intentos, estamos ante una situación demasiado preocupante.

Las razones o motivos para tomar esa decisión se inscriben casi siempre en el ámbito de la salud mental. En mi experiencia, no siempre ha sido así. Cierto es que hay situaciones en las que los problemas mentales están presentes, pero no en todos. He conocido personas que lo han intentado, en algún caso lo han conseguido desgraciadamente, desde un planteamiento en el que mostraban su desapego ante esta tarea de existir, su agotamiento, su no encontrar ninguna razón para seguir luchando. Los diálogos mantenidos solo han servido para compartir el sufrimiento, a veces, para poco más.

La sensación de vacío que nos causa una sociedad tecnificada, en la que la soledad está presente cada día en millones de seres humanos, incapaces de compartir algo con otros compañeros de viaje, puede convertirse en insoportable. La pérdida de Dios, que no ha sido sustituida por otros valores laicos; el sentido de trascendencia mal entendida situada solo en el ámbito religioso; el individualismo atroz que nos ha hecho autómatas de nuestro tiempo y espacio, sin reconocer a los otros; las circunstancias personales afectivas; el fracaso ante expectativas laborales; la problemática familiar; la pérdida de las utopías… son argumentos que en ocasiones están debajo de una decisión tan dramática.

Parece que los poderes públicos han tomado nota de este mal que no para de crecer. Conviene recordar que además de un teléfono, de personas especializadas que son escasas, además de multitud de medios, urge cambiar la vida. Hacerla más amable, menos encorsetada, más humana. En esa tarea deben involucrase algo más quienes están todo el día dando opiniones en los medios de comunicación. Opiniones en algunos casos interesadas en lo económico, en lo político, o en otros intereses, nunca en el día a día en el que transita la supervivencia de la ciudadanía.

Como hombres y mujeres también tenemos una responsabilidad para hacer de este mundo un lugar más habitable. Nos toca, por tanto, alejarnos de tanta incomunicación para reconstruir diálogos interrumpidos durante años, mostrar la bondad nunca como una debilidad, practicar la humildad sin falsa hipocresía, querer a la gente, luchar por causas justas, sabiendo con absoluta certeza que esas son las cosas verdaderamente importantes.

"El pertenecernos los unos a los otros inspira temor y silencio; ha pasado a ser uno de los grandes tabúes de nuestra sociedad" (Phillips y Taylor, Elogio de la bondad)

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